Por: Ana Toral (*)
Durante gran parte de la historia de la investigación del cerebro, ha sido casi imposible probar con precisión las ideas acerca de cómo funciona el cerebro. Cuando tenemos cualquier sistema biológico tan complejo, pero sobre todo el cerebro, ¿Por dónde empezar?
Entre los científicos, Karl Deisseroth es conocido por su
desarrollo de la Optogenética, una tecnología que hace que las células
cerebrales individuales sean fotosensibles de forma altamente específica. Esas
células pueden ser activadas mediante destellos de luz emitidos a través de un cable
de fibra óptica. La optogenética ha dado a los investigadores un acceso sin
precedentes al funcionamiento del cerebro,
lo que les permite no sólo observar su circuitería neuronal precisa en animales
de laboratorio, sino también controlar el comportamiento a través de la
manipulación directa de las células específicas. Deisseroth, uno de los raros
neurocientíficos que también están practicando la psiquiatría, ha hecho que la
enfermedad mental sea un foco importante de su investigación optogenética.
Otros científicos de todo el mundo están utilizando el método para investigar
algunos de los enigmas más persistentes de la neurociencia, incluida la
cuestión fundamental de cómo el cerebro físico, los casi cien mil millones de
neuronas y sus multitudinarias conexiones, dan lugar a la mente: el
pensamiento, el estado de ánimo, el comportamiento, la emoción.
A finales del siglo XVIII, el médico italiano Luigi Galvani
se dio cuenta de que la electricidad estática podría inducir a moverse a la
pierna de una rana muerta. Por primera vez, los científicos entendieron que el
sistema nervioso opera bajo la influencia de la actividad eléctrica. Pero no fue hasta la década de los
años veinte del siglo pasado que un investigador suizo, Walter R. Hess,
utilizando cables implantados para estimular el cerebro de los gatos, mostró
que la emoción y el comportamiento también surgen de los impulsos eléctricos en
el cerebro. Mediante la estimulación de diversas regiones del cerebro, Hess
indujo reacciones diferentes: por ejemplo, se podía conseguir que un gato se
pusiera a la defensiva, tal como se muestra cuando se enfrenta a un perro.
En la década de los años cincuenta, un fisiólogo español en
Yale, José Manuel Rodríguez Delgado, llevó a cabo experimentos realizados con
electrodos implantados en el cerebro de sujetos humanos, utilizando un
dispositivo que él había inventado, llamado "stimoceiver", un
electrodo del tamaño de medio euro,
operado por control remoto. Delgado utilizó el stimoceiver en unos
veinticinco pacientes, la mayoría de ellos epilépticos y esquizofrénicos en un
hospital mental en Rhode Island, e informó que era "posible inducir una
gran variedad de respuestas, desde efectos motores a las reacciones emocionales
y manifestaciones intelectuales." los experimentos provocaron indignación
cuando se hicieron públicos, y Delgado los interrumpió y regresó a España.
Las preocupaciones éticas inherentes a la implantación de
electrodos en cerebros humanos dieron paso, a principios de los años noventa, a
la adopción de una tecnología de imágenes cerebrales completamente no invasivas:
imágenes de resonancia magnética funcional, o fMRI. Esta tecnología jugó un
papel decisivo en el fortalecimiento de la teoría de que el cerebro se divide
en regiones discretas, responsables de diferentes aspectos de la conducta. La
tecnología utiliza potentes imanes para detectar cambios en el flujo sanguíneo
en el cerebro en sujetos que están expuestos a diversos estímulos, como imágenes,
sonidos, o pensamientos. Las regiones activadas se pueden presentar en una
pantalla como manchas luminosas de color. Pero el fMRI tiene severas
limitaciones. Existe un lapso de tiempo, y diferentes eventos neuronales que se
producen distanciados por un segundo o incluso algo más, pueden aparecer
solapados, lo que es una gran dificultad para el estudio de un órgano que
trabaja a una velocidad de milisegundos. Tampoco puede el fMRI revelar lo que
las células del cerebro están haciendo en realidad. La técnica registra la actividad
sólo en la escala de cientos de miles de neuronas, y una zona iluminada podría
representar cualquier número discreto de procesos neuronales. Dada esta falta
de precisión, incluso algunos de los defensores de la fMRI se muestran poco
entusiastas con sus resultados.
Para analizar el papel de pequeños grupos de neuronas, los
científicos se han basado en un método no muy diferente del que Hess utilizó
con sus gatos: la estimulación de áreas cerebrales específicas, en animales de
experimentación, con electrodos delgados. Debido a que los electrodos hacen
pasar la corriente a través del tejido cerebral, estimulando la actividad de
áreas no deseadas, los investigadores utilizan un fármaco para suprimir la
actividad neuronal. Pero el método es engorroso y requiere mucho tiempo.
En 2005, Deisseroth publicó su primer artículo sobre lo que
llegó a ser conocido como la optogenética. Debido a que la tecnología permite a
los investigadores no sólo desencadenar la actividad de las células a la
velocidad a la que el cerebro funciona realmente, sino también seleccionar las
células diana en regiones, como la amígdala, donde hay poblaciones mixtas de
cientos de tipos de células, la optogenética ofrece un impensable nivel de
precisión experimental. En la actualidad, la optogenética sólo se puede
utilizar en animales como ratones y ratas, cuyas funciones asociadas con las
emociones elementales, como el miedo, la ansiedad y la recompensa del cerebro,
son similares a las de los humanos. Pero el trabajo de Deisseroth apunta a que algún
día podría ser posible utilizarlo en humanos.
Christof Koch, el Director Científico del Instituto Allen
para la Ciencia del Cerebro, en Seattle, calificó a la optogenética como uno de
los acontecimientos más trascendentales en la neurociencia en los últimos
sesenta años, partiendo del trabajo original de tinción de tipos de células, a
finales del siglo XIX, siguiendo con el uso de electrodos en los años cincuenta
y sesenta, y hasta la llegada de la fMRI. Según Koch, la optogenética es la
cuarta ola. Ahora podemos comenzar a intervenir en las redes cerebrales de una
manera muy delicada, deliberada y específica. Los experimentos han arrojado luz
sobre muchas funciones del cerebro, incluyendo el aprendizaje, la memoria, el
metabolismo, el hambre, el sueño, la recompensa, la motivación, el miedo , el
olfato y el tacto.
Pero sigamos la historia paso a paso. Karl Deisseroth se
graduó en la escuela secundaria a los dieciséis años y ganó una beca para la
Universidad de Harvard, donde planeaba formarse en escritura creativa. En su
lugar, terminó recibiendo un grado en bioquímica, y fue admitido, a la edad de
veinte años, a un programa de doctorado combinado en Stanford. Motivado por el
deseo de entender mejor la naturaleza humana, decidió seguir su Doctorado en Neurociencia.
Para su doctorado, estudió cómo la actividad en las sinapsis
de las neuronas afecta al núcleo e influencia la expresión de los genes, un tema
muy especializado pero que es fundamental para un aspecto importante del ser
humano: la memoria. Había evidencias en investigaciones anteriores de que los
cambios en la expresión génica eran importantes para cosas como el
almacenamiento de la memora a largo plazo. La tesis de Deisseroth, que completó
en 1998, dio lugar a artículos en las revistas Neuron y Nature.
Karl Deisseroth había previsto inicialmente convertirse en
un neurocirujano, pero cambió de opinión después de hacer una rotación
obligatoria de cuatro semanas en psiquiatría, donde su primer paciente era el
hombre esquizoafectivo. Deisseroth le prescribió potentes medicamentos
antipsicóticos y estabilizadores del ánimo, pero el hombre seguía estando
demasiado superado por el trastorno como para dejar la sala de psiquiatría.
Deisseroth quedó a la vez decepcionado y fascinado. Fue agarrado por lo
desconocido. Estaba muy lejos de un atisbo de comprensión.
A Deisseroth le frustraba que la visión de la psiquiatría de
los trastornos más difíciles de tratar –la depresión severa, la esquizofrenia,
el autismo- estuviera limitada por una falta fundamental de comprensión de cómo
funciona el cerebro. Un cardiólogo puede explicar a un paciente el daño en su
músculo cardiaco. Con la depresión, no se puede decir lo que realmente es. Los
médicos pueden dar medicamentos de diferentes clases, poner electrodos y
estimular diferentes partes del cerebro y ver cambios en el comportamiento, pero no hay un
entendimiento a nivel de los tejidos. Ese problema lo ha enmarcado todo. ¿Cómo
podemos construir herramientas que mantengan el tejido intacto pero nos permita
ver y controlar lo que está pasando?
En 1979, Francis Crick, codescubridor de la doble hélice,
publicó un artículo en la revista Scientific American en la que él presentó sus esperanzas para el futuro de la ciencia
del cerebro. Los neurocientíficos ya estaban rutinariamente utilizando
electrodos para estimular el cerebro, pero Crick, teniendo en cuenta la
imprecisión del método, buscaba una herramienta que permitiera a los
investigadores activar y desactivar neuronas específicas, manteniendo intactas
los demás tipos de células. En un artículo posterior, sugirió una manera de
lograrlo: "Esto parece bastante inverosímil, pero es concebible que los
biólogos moleculares pudieran diseñar un tipo de célula particular sensible a
la luz."
Resultó que la clave para la ingeniería de una célula de
este tipo ya se había descubierto, a principios de los años setenta, cuando un
bioquímico alemán llamado Dieter Oesterhelt describió la primera opsina
microbiana. Las opsinas son proteínas sensibles a la luz que se encuentran
entre otros lugares en la naturaleza, en los fotorreceptores del ojo. La opsina
de Oesterhelt era de una bacteria unicelular que vive en lagos de alta salinidad
en Egipto y Kenia, y sobrevive a su ambiente hostil mediante la conversión de
la luz en energía. El descubrimiento de Oesterhelt provocó una ola de
investigación en los laboratorios de todo el mundo, pero nadie suponía que los
genes de una bacteria unicelular pudieran ser transportados para que
funcionaran en un cerebro de mamífero.
Son tan diferentes
las células microbianas y nuestras células, trabajan de forma tan diferente, desde la forma en que las proteínas
se transportan de un lugar a otro, a cómo se almacenan las cosas, se empaquetan,
o se envían a la superficie de la célula, que esta opción parecía una quimera.
En 2002, Gero Miesenbock, del Memorial Sloan Kettering
Cancer Center, en Nueva York, se convirtió en el primer investigador que utilizó
una opsina para hacer que una célula cerebral fuera sensible a la luz. Utilizó
una opsina tomada de la retina de una mosca de la fruta. Miesenbock es
considerado uno de los padres de la optogenética, y en 2013 compartió un premio
importante, el Brain Price, con Deisseroth y varios otros. La opsina de la mosca
de la fruta requiere tres proteínas que actúan en conjunto para conseguir que
la célula se ilumine. Adaptar el experimento al cerebro de un animal vivo, lo que
significaría importar el código genético para cada una de las tres proteínas,
es una tarea altamente difícil.
En 2003, un grupo de investigadores alemanes anunció el
descubrimiento de una nueva opsina microbiana, derivado de un alga verde que
crece en estanques. Cuando se introduce en las células embrionarias de riñón
humano, la opsina hace que las células respondan a destellos de luz azul.
Deisseroth reconoció el descubrimiento como potencialmente revolucionario. A
diferencia de la opsina de la mosca de
la fruta, la nueva opsina, la canalrodopsina-2, o ChR2, convierte la luz en electricidad en un solo paso, prácticamente
a la velocidad de los impulsos eléctricos en el cerebro.
Durante unos años, Deisseroth había estado elucubrando
acerca del uso de las opsinas para obtener neuronas sensibles a la luz en un
animal vivo, idea compartida por algunos otros investigadores y que fue
propuesta en Stanford, al colectivo que incluía a un estudiante graduado
llamado Ed Boyden. Pero era muy probable que fuera imposible modificar las células del cerebro, que son mucho más
complejas y frágiles que las células de riñón que el equipo alemán utilizó. Para
muchos científicos, el riesgo de pérdida de tiempo y dinero era demasiado
grande.
En el verano de 2004, Deisseroth abrió su propio laboratorio
de la Universidad de Stanford, y contrató a un estudiante de doctorado
brillante llamado Feng Zhang, que en su adolescencia había trabajado en un
laboratorio de terapia génica. Zhang parecía la persona ideal para hacer el
delicado trabajo de introducción de la opsina obtenida de los estanques en una
célula cerebral. La opsina tendría que ser introducida “de contrabando” en la
célula usando un virus, pero a una concentración que no matara a la neurona.
El laboratorio de Deisseroth aisló una neurona de rata en
una placa de Petri, y Zhang eligió un lentivirus benigno para introducir la
opsina en la célula. Deisseroth alistó a Ed Boyden para realizar las pruebas en la célula tratada. Cuando Boyden iluminó
el cultivo con la luz azul, la célula produjo fuertes potenciales de acción,
los picos de actividad eléctrica que las
neuronas utilizan para comunicarse. Después de un año de experimentos, el
equipo había creado la primera tecnología fiable del mundo para la generación
de neuronas sensibles a la luz que funcionaban a la velocidad del cerebro.
Pero Deisseroth se lo tomó con calma. No estaba claro que
esto fuera a funcionar para lo que realmente importaba, no sólo un experimento
de juguete en un plato, sino para realmente controlar el comportamiento de un
animal vivo de una manera que nos pudiera enseñar que es lo que el cerebro
estaba haciendo realmente en cada momento. En efecto, cuando el equipo presentó
un artículo anunciando sus resultados en las revistas Science y Nature, las dos
revistas alabaron el ingenio del experimento, pero no vieron ninguna aplicación
práctica, y lo rechazaron. Cuando el artículo fue finalmente publicado en la
revista Nature Neuroscience, en agosto de 2005, la comunidad científica no
estaba segura de que la técnica pudiera alguna vez llegar a funcionar en un
animal vivo.
Deisseroth y sus colegas se enfrentaron entonces a una serie
de desafíos. Trabajaron para introducir
las opsinas en células específicas del cerebro asociadas con,
por ejemplo, el sueño o la memoria o la ansiedad. Por último, idearon un medio
para la fijación de pequeños fragmentos de ADN a las opsinas, que actuaban como
una contraseña, asegurando que se introducirían sólo en las células correctas.
Luego tuvieron que encontrar una manera de hacer llegar destellos de luz a las
regiones profundas dentro del cerebro, y desarrollaron un cable de fibra óptica
conectado a un diodo láser. A finales de 2005, comenzaron los ensayos
preliminares para ver si podían controlar el comportamiento en ratones. En los
primeros experimentos, en células del hipotálamo, una región implicada en el
sueño, engatusaron a los animales para que durmieran en un cuarto oscuro, luego
iluminaron con luz azul el interior de
su cerebro. Los ratones parecía que se
despertaban. El animal parecía contraerse, y a continuación, volverse a dormir,
en un movimiento muy sutil. Pero esta no era la respuesta dramática que habían
esperado.
El siguiente avance científico de Deisseroth fue el
resultado de un truco publicitario. Cuando se extendió la noticia de lo que
estaba ocurriendo en su laboratorio, un reportero del Times solicitó una visita
en el verano de 2007. Para esta visita, se realizó un experimento en el que se
estimulaba la corteza motora de un ratón consiguiendo que este se pusiera a
temblar.
Deisseroth grabó un vídeo que recreaba el experimento. Un
ratón, aparentemente normal, a excepción de un pequeño tubo que sale de la
parte superior de su cabeza, donde está implantado el cable de fibra óptica, filmado desde
arriba, se veía de pie sobre sus patas traseras y husmeando a un lado de su recinto. En el instante en que
aparecía un brillo azul, el ratón comenzaba a dar vueltas en amplios círculos hacia
la izquierda. (El cable de fibra óptica estaba emitiendo luz brillante sobre las neuronas motoras en el
lado derecho del cerebro, que controlan el movimiento en el lado izquierdo del
cuerpo.) En el instante en que la luz se apagaba, el ratón dejaba de correr y
se dedicaba otra vez a husmear. Estaba claro que el comportamiento no era una
respuesta al dolor, ya que el cerebro no tiene receptores de dolor. Mediante la
estimulación de la corteza motora con la luz azul, Deisseroth había transformado
un animal que se movía libremente en algo parecido a un avatar de videojuegos
controlado con un joystick.
El reportero se impresionó lo suficiente para ofrecer el
experimento en su artículo. Esto fue dos años antes de que Deisseroth y otros
investigadores demostraran que la optogenética podría ser más de lo que el
Times había llamado una "versión de ciencia ficción de los estúpidos trucos
con mascotas."
En la primavera de 2009, una estudiante graduada que
trabajaba con Deisseroth, Viviana
Gradinaru, publicó un artículo sobre el uso de
la manipulación optogenética en roedores para definir las conexiones
neuronales precisas afectadas en la enfermedad de Parkinson. Poco después de
eso, Zhang fue co-autor de un artículo en la revista Science que examinaba el
papel que las neuronas altamente específicas de dopamina desempeñan en los
sentimientos de recompensa, resultados estos que tenían un significado especial
en la adicción a las drogas. Dos artículos en la revista Nature mostraron el
papel de las células en la actividad cerebral relacionada con la esquizofrenia
y el autismo. Los artículos aparecieron en rápida sucesión. Eso fue todo lo
necesario para que el mundo científico se convenciera de la validez de la
optogenética.
Muchos científicos escribieron a Deisseroth para solicitar
clones de las opsinas para utilizarlos en sus propios experimentos, y, en los
años posteriores, surgieron las subespecialidades de bioingeniería en el diseño y desarrollo de
nuevas opsinas. Ed Boyden, que dejó Stanford para poner en marcha su propio
laboratorio en el MIT, ya habían demostrado que, mediante destellos de luz
amarilla, una proteína fotosensible relacionada con la que Oesterhelt encontró
en África, podría producir una corriente eléctrica que desactivara la actividad
neuronal. Mediante su uso en conjunto con la opsina de luz azul, los
investigadores pueden jugar con los circuitos neuronales como con un órgano, activando
y desactivando la actividad cerebral a la velocidad real con la que las
neuronas se comunican entre sí, un proceso, según Deisseroth, que ha traído un
extraordinario control a los experimentos diseñados para determinar cómo el
cerebro procesa la información y conduce el comportamiento. Mediante la tinción de las células con proteínas que
brillan fluorescente cuando las neuronas se excitan, los investigadores no sólo
pueden "estimular" comportamientos, mediante la estimulación de las
células cerebrales tratadas optogenéticamente con los destellos de luz de fibra
óptica, sino también "leer" la actividad de circuitos que se activan
cuando a los animales de laboratorio se les somete a ciertas tareas.
Según Gary Lynch, profesor de psiquiatría y comportamiento
humano de la Universidad de California, y un experto en la memoria, la
optogenética se ha convertido en una herramienta indispensable en la neurociencia.
Su tremendo poder es que permite practicar en poblaciones específicas de
neuronas que se mezclan con otros tipos de neuronas y estimulan el tipo que se
quiere estimular, como en algunas partes de la amígdala, donde las neuronas
correspondientes a las emociones, la memoria y la sociabilidad se entremezclan.
El problema con los experimentos anteriores sobre la amígdala, es que cuando se
estimulaba con electrodos y se tenían efectos, no se sabía cual de todas las
poblaciones de neuronas afectadas era la responsable.
Lynch recientemente comenzó experimentos optogenéticos en el
hipocampo, una estructura cerebral profunda, que es crucial a la memoria
narrativa, y que era especialmente difícil de estudiar con los viejos métodos,
a causa de la multitud de "inputs" neuroquímicos de otras partes del
cerebro. Durante años, trataron de entender como estos diferentes inputs afectaban
al hipocampo. Ni con fármacos, ni con estimulación eléctrica se conseguían
buenas respuestas. La optogenética, sin embargo, ofrece una forma ideal para
identificar las neuronas afectadas por esos inputs, activarlas y desactivarlas,
y observar el efecto que ello tiene en la memoria. La investigación podría
tener implicaciones para la adaptación de los medicamentos utilizados para
aliviar las enfermedades neurológicas.
La Universidad de Stanford es conocida por la escasez de su
espacio en el laboratorio, pero en 2012, como Deisseroth era cortejado por
instituciones rivales, la universidad le ofreció un centro de investigación
dedicado en las colinas de Palo Alto. Una estructura blanca y elegante que él
llama El Edificio para Descifrar el Código Neural, y que antes había albergado una empresa de
biotecnología. El vestíbulo está dominado por una escalera central de torsión,
como una cadena de ADN, que une dos pisos llenos de laboratorios, quirófanos
para animales, y las oficinas, donde treinta y cinco estudiantes trabajan bajo
la dirección de Deisseroth.
En un experimento reciente, su laboratorio investigó el
principal síntoma de la depresión: la incapacidad de sentir placer en
actividades que antes se disfrutaban. Los ratones prefieren el agua con azúcar
al agua normal, pero después de unas semanas de lo que Deisseroth define como "estrés leve no doloroso", a los
ratones ya no les importaba si el agua tenía azúcar en ella. Mediante el examen
de las vías cerebrales de ratones que habían sido sometidos al estrés,
Deisseroth trazó las conexiones neuronales específicas que se relacionan con su
apatía, aislando las células y las conexiones pertinentes. Como compartimos con
los roedores muchos de los marcadores de proteínas que definen esas vías, se
espera que los fármacos adaptados a los circuitos específicos eliminarán los
síntomas con una exactitud que no era posible anteriormente. Esa es la
dirección en la que va la psiquiatría clínica, a un tratamiento mas centrado en
los síntomas. Muchos psiquiatras esperan que los medicamentos destinados a
aliviar la enfermedad global de la depresión como el Prozac, cederán el paso a los
fármacos que se dirijan a los síntomas precisos, como la ansiedad, que se produce
en múltiples trastornos.
Importa menos la exacta categoría de la enfermedad en la que
alguien cae. Lo importante es: ¿Cuáles son los síntomas y cuáles son los
medicamentos que ayudan con esos síntomas?
Es posible que la optogenética pueda ser utilizada como una
herramienta terapéutica en los seres humanos, y Deisseroth ha recibido
donaciones destinadas a ese resultado. Con estas donaciones, ha realizado
experimentos para controlar la diferenciación de células madre embrionarias,
con la idea de un día desarrollar la optogenética para el tratamiento de
trastornos cerebrales orgánicos. Publicó varios artículos sobre el tema en
2010. Una gran cantidad de investigadores ha seguido esta línea, pero él ha
seguido adelante, y en la actualidad está centrado en la ciencia básica del
cerebro, donde en su opinión, las oportunidades eclipsan todo lo demás en
términos de impacto. Algunos científicos han imaginado tratamientos que evocan
el stimoceiver de Delgado: El implante de LEDs que se activan con la luz en la
profundidad del cerebro para calmar los síntomas de ansiedad o las
alucinaciones en los esquizofrénicos. Deisseroth advierte que este tipo de
terapias se enfrentan a obstáculos considerables, debido a los efectos
desconocidos de la inyección de virus en el cerebro de pacientes vivos. Pero algunos
médicos ya están buscando posibles tratamientos en los periféricos del sistema
nervioso: los nervios que van a los brazos y las piernas. Si fuera posible
desactivar las fibras del dolor sin afectar el movimiento o las sensaciones
normales, eso supondría un gran impacto en el tratamiento de los pacientes.
Botond Roska, neurocientífico en Basilea, y José-Alain
Sahel, un oftalmólogo en París, están trabajando con la optogenética para
restaurar la vista de los ciegos. Las primeras pruebas han tenido éxito en
ratones y primates. También han probado con retinas humanas de donantes de órganos que habían sido mantenidas con vida, otra
manera de comprobar que estos vectores probablemente funcionaran en sujetos
humanos. Tienen la esperanza de ejecutar los primeros ensayos en humanos en el
próximo año.
Un día, a principios de 2010, Deisseroth estaba en su laboratorio,
disfrutando de unos minutos de paz. La Optogenética finalmente funcionaba como
había esperado. Pero ahora estaba interesado en uno de los problemas más
acuciantes de la neurociencia: cómo crear una imagen detallada de todas las
neuronas del cerebro y sus interconexiones. Los rayos X y otras técnicas que
utilizan la luz para penetrar en los tejidos no funcionan, debido al gran
volumen de grasas y agua del
cerebro, que hacen que la luz se disperse. Durante años, los neurocientíficos
han recurrido a rebanar el cerebro de cadáver en láminas muy estrechas, al
escaneo de las mismas, poniendo las secciones de nuevo juntas, tratando de
realinear las fibras nerviosas, muchas de los cuales habían sido dañadas al ser
cortadas en capas. "Básicamente, no sirve," pensaba Deisseroth.
"Sólo se puede hacer anatomía muy local a pequeña escala." La
eliminación de las grasas y el agua se consideraba imposible, ya que
constituyen la "gelatina" que mantiene la delicada red de neuronas y
axones en su lugar.
Deisseroth pensaba lo bueno que sería si se pudiera hacer un
cerebro completamente transparente. En su laboratorio, Deisseroth preguntó si se
podrían desplazar las grasas y el agua
con un andamio que apoyaran el cableado, pero permitiera que la luz penetrara, quizás
un hidrogel, un polímero a base de agua que se utilizara para apoyar las
células en el mantenimiento del tejido humano. La idea se convirtió en CLARITY,
un acrónimo en inglés de "Hidrogel de tejido compatible con
inmunotinción/Imagen anatómicamente rígida tras la eliminación de lípidos”. CLARITY
es el segundo gran aporte de Deisseroth
a la neurociencia, un método para transformar los cerebros de cadáveres en completamente
transparentes, con excepción de las neuronas y las fibras nerviosas que quedan
perfectamente intactas.
A diferencia de la optogenética, la idea progresó
rápidamente para su uso práctico. Deisseroth contrató a un ingeniero químico
llamado Kwanghun Chung, y en unos meses estaban experimentando con un hidrogel
llamado acrilamida. Inyectaron la acrilamida en forma de líquido en los
tejidos, y luego introdujeron el cerebro en agua caliente, lo que provocó que
el líquido se convirtiera en un gel. Mediante el paso de una corriente
eléctrica suave a través de los tejidos, las grasas se diluyeron, dejando los circuitos neuronales en suspensión en el
hidrogel, y haciendo que el cerebro fuera "transparente".
En abril de 2013, Deisseroth anunció la nueva tecnología en la revista Nature; El sitio Web de la revista publicó videos de un cerebro de
ratón transparente, que muestra una maraña de células increíblemente finas y de
fibras nerviosas, que brillaban en verde
contra un fondo negro. Thomas Insel, Director del Instituto Nacional de Salud
Mental, lo calificó como "probablemente uno de los avances más importantes
en neuroanatomía en décadas." Desde
entonces se ha convertido en una herramienta estándar para los científicos y
médicos de todo el mundo. Estudios publicados recientemente utilizando CLARITY
han proporcionado una nueva perspectiva sobre la acumulación de depósitos en el
cerebro de las personas con la enfermedad de Alzheimer. La tecnología ha sido
adoptada como una herramienta crítica para el proyecto, respaldado por la
Iniciativa BRAIN, de obtener un mapa completo del cerebro de un ratón y, tal
vez con el tiempo, del cerebro humano. Una enorme empresa, en la escala del
Proyecto del Genoma Humano, en el que los investigadores tienen que trazar y
clasificar los casi cien mil millones de neuronas y las cien billones de
conexiones entre ellas.
Durante décadas, los investigadores han imaginado el cerebro
como una sopa de sustancias neuroquímicas cuyo funcionamiento normal depende de
que los productos químicos permanezcan en un equilibrio adecuado. Se creía que
las enfermedades mentales eran el resultado de un "desequilibrio
químico", la cantidad incorrecta de uno u otro neurotransmisor en determinadas
sinapsis. Las limitaciones a este enfoque se hacían evidentes incluso antes del
advenimiento de la optogenética y CLARITY. Si se cree que hay algo tal como una
deficiencia de serotonina en la depresión, entonces cualquier cosa que aumente específicamente
la cantidad de serotonina sería un antidepresivo. Pero no es cierto. No se
pueden explicar las cosas a ese nivel. Del mismo modo para la psicosis o la esquizofrenia.
Algunas cosas encajan en patrones químicos, pero otras no lo hacen.
Cada vez más, los neurólogos creen que la clave para
entender cómo funciona el cerebro reside en la totalidad de sus circuitos
neuronales, y la forma en que las regiones cerebrales muy distantes entre sí se
comunican a través de la proyección de largo alcance de las fibras nerviosas.
Con este punto de vista, los trastornos mentales son el resultado del
cortocircuito o de la interrupción de cables del gran circuito que forma
el cerebro, y es la hora de definir y
describir esas conexiones del circuito para lo cual las innovaciones de Deisseroth prometen ser
especialmente útiles.
Christof Koch, del Instituto Allen, compara a Deisseroth con
Galileo, cuyas iniciales mejoras del telescopio ofrecieron un gran avance en
nuestra comprensión del cosmos. Y así
como el telescopio de Galileo abrió la inmensidad del espacio, las tecnologías
de Deisseroth han ayudado a revelar lo poco que sabemos sobre el cerebro, esto
es, la más compleja pieza de materia organizada en el universo conocido.
En los últimos cuatrocientos años, desde el descubrimiento
del telescopio, cada generación sucesiva de astrofísicos ha dado cuenta de que
el universo es aún más grande que el pensamiento de la generación anterior. Lo
mismo sucede con el cerebro. Cada generación de neurocientíficos descubre una imagen
de más complejidad, con más capas ocultas.
Deisseroth sabe que no está cerca de comprender el mayor
misterio de la mente: Cómo un poema o una pieza de música pueden provocar
emociones a partir de una masa de neuronas y circuitos suspendidos en grasas y
agua. Esa es una cuestión importante, pero es demasiado pronto para preguntarla.
(*) bioquímica
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