jueves, 10 de diciembre de 2020

Neurotecnología. Un nuevo paradigma para el tratamiento de las enfermedades neurológicas

 


Si hubiera que apostar por una neurotecnología que cambiará el futuro del tratamiento de las enfermedades neurológicas, sería por la optogenética.


 





La optogenética utiliza luz de diferentes frecuencias para controlar el funcionamiento del cerebro, por ahora, en cobayas. Es una brillante tecnología obtenida mediante el cruce de la  neurobiología básica y la ingeniería que secuestra el mecanismo existente detrás de cómo las neuronas se activan o se silencian en el cerebro de forma natural.

 

Gracias a la optogenética, en solo diez años se ha podido integrar artificialmente recuerdos en ratones, descifrar las señales cerebrales que conducen al dolor, desenredar el código neuronal de la adicción, revertir la depresión, restaurar la vista rudimentaria en ratones ciegos y sobrescribir recuerdos felices eliminando otros terribles. La optogenética es similar a un lenguaje de programación universal para el cerebro.

 

Pero tenía dos inconvenientes graves: requería terapia génica y también  cirugía cerebral para implantar fibras ópticas en el cerebro.

 

Este año, la original mente detrás de la optogenética está de regreso con una actualización impresionante.  El equipo del Dr. Karl Deisseroth en la Universidad de Stanford, en colaboración con la Universidad de Minnesota, dio a conocer una versión mejorada de la optogenética que controla el comportamiento sin necesidad de cirugía. Más bien, el sistema proyecta luz a través del cráneo de los ratones y penetra profundamente en el cerebro. Con pulsos de luz, el equipo pudo cambiar la probabilidad de que un ratón tuviera convulsiones o reprogramar su cerebro para que prefiriera la compañía social.

 

Pero aclaremos: estamos lejos de que los científicos controlen el cerebro con linternas. La clave de la optogenética es la ingeniería genética; sin ella, las neuronas no responden naturalmente a la luz.

 

Sin embargo, de cara al futuro, el estudio es un paso seguro hacia la transformación de una poderosa tecnología de investigación en una terapia clínica que podría ayudar a las personas con problemas neurológicos, como depresión o epilepsia. Todavía estamos lejos de esa visión, pero el estudio sugiere que es una ciencia ficción potencialmente a nuestro alcance.

 

Opto-¿qué?

Para comprender la optogenética, debemos profundizar un poco más en cómo funcionan los cerebros.

 

Esencialmente, las neuronas funcionan con electricidad con una pizca adicional de química. Una célula cerebral es como un contenedor de almacenamiento vivo con puertas, llamadas canales iónicos, que separan su entorno interno del exterior. Cuando una neurona recibe información y esa entrada es lo suficientemente potente, las células abren sus puertas. Este proceso genera una corriente eléctrica, que luego circula por la rama de salida de una neurona, una especie de autopista biológica. En la terminal, los datos eléctricos se transforman en docenas de "barcos" químicos, que flotan a través de un espacio entre neuronas para transmitir el mensaje a sus vecinas. Así es como se comunican las neuronas en una red y cómo esa red a su vez produce recuerdos, emociones y comportamientos.

 

La optogenética secuestra este proceso.

 

Usando virus, los científicos pueden agregar al ADN de las neuronas vivas un gen para las opsinas, una familia especial de proteínas descubierta en algunas  algas. Las opsinas, las proteínas generadas por el gen insertado en el ADN neuronal,  son "puertas" especializadas que se abren bajo ciertas frecuencias de pulsos de luz, algo que las células cerebrales de los mamíferos no pueden hacer. Agregar el gen de las opsinas a las neuronas del ratón (o probablemente a las nuestras) esencialmente les da el superpoder para responder a la luz. En la optogenética clásica, los científicos implantan fibras ópticas cerca de las neuronas alteradas con  opsina para proporcionar la estimulación con luz. Los pulsos de luz programados por ordenador pueden apuntar a estas nuevas neuronas sensibles a la luz en una región particular del cerebro y controlar su actividad, al igual que marionetas en una cuerda.


 


Y mejor aún. Mediante el uso de la ingeniería genética, los científicos también pueden ajustar qué poblaciones de neuronas obtienen ese poder adicional, por ejemplo, solo aquellas que codifican un recuerdo reciente o aquellas involucradas en la depresión o la epilepsia. Esto hace posible jugar con esos circuitos neuronales usando luz, mientras el resto del cerebro sigue a la suya.

 

Esta selectividad es en parte la razón por la que la optogenética es tan poderosa. Pero no todo es así de fácil. Como se puede imaginar, los ratones no disfrutan particularmente de estar atados por fibras ópticas que brotan de sus cerebros. Los humanos tampoco, de ahí el problema de adoptar la herramienta para uso clínico. Desde su introducción, un objetivo principal de la optogenética de próxima generación ha sido cortar la atadura.

 

Adiós Cirugía

En el nuevo estudio, el equipo de Deisseroth comenzó con un objetivo principal: abandonemos por completo la necesidad de implantes quirúrgicos. Inmediatamente, esto presentaba un problema difícil. Significaba que las neuronas creadas por bioingeniería, dentro de un cerebro, necesitaban tener una “puerta” de opsina lo suficientemente sensible y poderosa que responda a la luz, incluso cuando los pulsos de luz son difundidos a través  del cráneo y el tejido cerebral. Es como un juego de teléfono en el que una persona grita un mensaje desde diez manzanas de distancia, a través de múltiples muros y el ruido de la ciudad, pero aún así, hay que poder descifrarlo y transmitirlo.

 

Por suerte, el equipo de investigación encontró un candidato. Desarrollado el año pasado, la proteína asociada al gen ChRmine destaca por su tiempo de reacción sorprendentemente rápido a la luz y su capacidad para generar una gran corriente eléctrica en las neuronas, una mejora de aproximadamente 100 veces con respecto a cualquiera de sus predecesoras. Debido a que es tan sensible, significa que incluso una chispa de luz, en su longitud de onda preferida, puede hacer que abra sus "puertas" y, por tanto, controle la actividad neuronal. Además, ChRmine se cierra rápidamente después de abrirse, lo que significa que no sobreestimula las neuronas, sino que estas  vuelven a su trayectoria de activación natural.

 

Como primera prueba, el equipo utilizó virus para agregar el gen ChRmine a un área profunda del cerebro: el área tegmental ventral (VTA), que es fundamental para procesar la recompensa y la adicción, y también está implicada en la depresión. Hasta ahora, la única forma de llegar al área en un entorno clínico es con un electrodo implantado. Sin embargo, con ChRmine, el equipo descubrió que una fuente de luz, colocada justo fuera del cuero cabelludo de los ratones, podía provocar de manera fiable la actividad neuronal en la región.

 


La activación aleatoria de neuronas con luz, aunque es impresionante, puede no ser tan útil. La siguiente prueba era ver  si es posible controlar el comportamiento de un ratón usando luz desde el  exterior del cerebro.

 

 El equipo agregó el gen ChRmine a las neuronas que generan dopamina en un ratón. La dopamina generada en el cerebro proporciona una sensación de placer. En comparación con sus compañeros, los ratones  que habían recibido el gen, y generado la proteína activada mediante luz,  estaban mucho más ansiosos por presionar una palanca para llevar luz al cuero cabelludo, lo que significa que la luz estimula las neuronas lo suficiente para que los ratones sientan placer y trabajen por ello.

 

Como prueba más complicada, el equipo utilizó la luz para controlar una población de células cerebrales, llamadas células serotoninérgicas, en la base del cerebro, llamada tronco encefálico. Se sabe que estas células influyen en el comportamiento social, es decir, cuánto disfruta un individuo de la interacción social. Los resultados aquí se  vuelven un poco inquietantes: los ratones con neuronas  con el gen ChRmine incorporado, específicamente en el tronco del encéfalo, preferían pasar mas tiempo en la "zona social" de su cámara de prueba que  sus hermanos que no tenían ChRmine. En otras palabras, sin ninguna cirugía de cerebro abierto y solo unos pocos rayos de luz, el equipo pudo convertir un ratón socialmente neutro en un ser social ansioso por la amistad.

 

Control del cerebro desde lejos

Si estás pensando en "inquietante", no estás solo. El estudio sugiere que con una inyección de un virus que lleva el gen ChRmine, ya sea a través de la cuenca del ojo o a través de las arterias, es potencialmente posible controlar algo tan integral para una personalidad como la sociabilidad con nada más que con un haz de luz de la longitud de onda adecuada.

 

Esto solo es posible en ratones por ahora. Nuestros cerebros son mucho más grandes, lo que significa que la luz se dispersa a través del cráneo y conseguir que penetre lo suficientemente profundo se vuelve mucho más complicado. Y naturalmente, nuestras células cerebrales normalmente no responden a la luz de ninguna longitud de onda. Habría que ofrecerse como voluntario para lo que equivale a terapia génica, que viene con sus propios problemas, antes de que esto pueda funcionar.

 

Este sistema operativo de control cerebral, aunque aún no es perfecto, resolvería un montón de problemas. A diferencia de Neuralink y otros implantes neuronales, el estudio sugiere que es posible controlar el cerebro sin cirugía ni implantes. ¡Todo lo que se necesita es luz!.

 

Basado en: http://web.stanford.edu/group/dlab/media/papers/chenNBT2020.pdf

jueves, 19 de noviembre de 2020

¿Algunas enfermedades mentales podrían estar desencadenadas por infecciones?

 


Una teoría marginal vincula a los microbios del cerebro con la aparición de la demencia. Ahora, los científicos lo consideran una hipótesis plausible.

 

 


Algunos científicos piensan que microbios como el virus del herpes simple 1
 (que se muestra aquí en una célula epitelial)
podrían desencadenar algunos casos de la enfermedad de Alzheimer. 
Imagen: SPL


La teoría de que una infección podría causar demencia ha estado presente durante décadas al margen de la investigación en neurociencia. La mayoría de los investigadores de la enfermedad de Alzheimer, respaldados por un gran volumen de evidencia, están convencidos de que los culpables clave son unas moléculas pegajosas en el cerebro llamadas amiloides, que se agrupan en placas y causan inflamación matando neuronas.

En un principio, algunos de los primeros científicos defensores de la teoría de la infección la vieron como un reemplazo de la hipótesis amiloide establecida y ampliamente respaldada por investigaciones a lo largo de años. Pero algunas investigaciones recientes han proporcionado pistas interesantes de que las dos ideas podrían encajar: que la infección podría originar algunos casos de la enfermedad de Alzheimer al desencadenar la producción de grumos de amiloide.

Los datos apuntan a un papel radical del amiloide en las neuronas. En lugar de ser simplemente un producto de desecho tóxico, el amiloide podría tener una función importante en sí misma: ayudar a proteger el cerebro de infecciones. Pero la edad o la genética podrían interrumpir los controles y equilibrios del sistema, convirtiendo al amiloide de defensor en villano.

Y esa idea sugiere nuevas vías para explorar posibles terapias. Para probar más la teoría, los científicos ahora están desarrollando modelos animales que imitan la enfermedad de Alzheimer con una mejor aproximación. 

 

Asfixiado por grumos

La hipótesis amiloide sostiene que la enfermedad de Alzheimer es el resultado de la acumulación de proteínas solubles y pegajosas (péptidos β-amiloides) en los espacios entre las células cerebrales. Estos péptidos se escinden de otra proteína incrustada en las membranas de las neuronas. Una vez que flotan libres, se agrupan en estructuras más grandes que, si no se eliminan con la suficiente eficiencia mediante enzimas especiales, se agregan en placas. Las placas desencadenan una cascada mortal: provocan neuroinflamación y generan haces de proteínas fibrosas llamadas ovillos tau. Ante estos ataques masivos, las neuronas mueren.

Los críticos de la hipótesis señalan que se ha demostrado en autopsias que los cerebros de muchas personas que no tenían la enfermedad de Alzheimer contenían placas. Y señalan el fracaso de muchos ensayos clínicos de tratamientos diseñados para disolver las placas amiloides, ninguno de los cuales ha retrasado la enfermedad. Los investigadores que apoyan la teoría del amiloide afirman que, aunque la densidad de las placas varía mucho entre los individuos, la densidad de los ovillos de tau que desencadenan está estrechamente relacionada con la gravedad de la enfermedad. Y los ensayos clínicos probablemente fracasaron, dicen, porque los tratamientos se administraron demasiado tarde en el curso de la enfermedad. 

También tienen una fuerte evidencia de su lado. Hay ciertas formas raras y agresivas de la enfermedad de Alzheimer que surgen temprano, entre las edades de 30 y 60, y son hereditarias; estas condiciones son causadas por mutaciones en genes que gobiernan el proceso de producción de amiloide y la inflamación en el cerebro. Decenas de otros genes se han asociado con el riesgo de la forma más común de aparición tardía de la enfermedad. Varios codifican proteínas que comprenden elementos de la cascada amiloide, y algunas están involucradas en el sistema inmunológico innato, un grupo de mecanismos que se activan rápidamente para prevenir la propagación de patógenos en el cuerpo y que impulsan la inflamación.

 

Agentes de infección

Algunos investigadores, con la esperanza de probar la hipótesis de la infección, han buscado microbios en miles de cerebros post-mortem de personas con Alzheimer. En muchos, los han encontrado. Pero estos estudios solo muestran correlaciones que pueden tener explicaciones que no tienen nada que ver con los mecanismos que producen la enfermedad.

 

 


Las muestras de tejido cerebral de personas con enfermedad de Alzheimer
 a veces albergan microbios.
Imagen: Patrice Latron / Look at Sciences / SPL

 

Se han propuesto varios microbios como desencadenantes de la enfermedad de Alzheimer, incluidos tres virus del herpes humano y tres bacterias: Chlamydia pneumoniae, que causa de infecciones pulmonares; Borrelia burgdorferi, agente de la enfermedad de Lyme; y, más recientemente, Porphyromonas gingivalis, que conduce a la enfermedad de las encías. En teoría, cualquier agente infeccioso que pueda invadir el cerebro podría tener esta función desencadenante.

La mayoría de los grupos en este campo tienen un microbio favorito, y dos artículos publicados en 2018 examinaron el papel de los virus del herpes. Uno, del grupo del científico Joel Dudley, analizó grandes cantidades de datos sobre genes, proteínas y estructura de tejidos generados a partir de casi 1,000 cerebros post-mortem disponibles en varias bases de datos. El equipo buscó firmas reveladoras de virus en el tejido cerebral (fragmentos de genes o proteínas específicas del herpes) y concluyó que los niveles del virus del herpes humano 6A (HHV-6A) y del virus del herpes humano 7 eran más altos en las personas que tenían la enfermedad de Alzheimer que en los controles.

Pero otros investigadores, incluido el virólogo Steven Jacobson, cuyo equipo estudió una muestra de más de 1.000 cerebros post-mortem, no lograron replicar el hallazgo de Dudley.

El artículo de Dudley llegó inmediatamente después de un estudio de una década realizado en Taiwán, que siguió a más de 8.000 personas a las que se les diagnosticó el virus del herpes simple y las comparó con un grupo de control de 25.000 que no habían recibido el mismo diagnóstico. El grupo de personas con herpes tenía un riesgo 2,5 veces mayor de desarrollar la enfermedad de Alzheimer, pero ese aumento casi se eliminó en aquellos que recibieron un tratamiento farmacológico agresivo.

Incluso antes de este reciente repunte en la prominencia de la teoría, la idea de que las infecciones pudieran provocar de alguna manera el Alzheimer tenía suficiente tracción para que los investigadores iniciaran un ensayo clínico. En 2017, un equipo de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York comenzó a probar si el fármaco antiviral valaciclovir podría retrasar el deterioro cognitivo y la formación de placa amiloide en personas con enfermedad de Alzheimer leve que también habían dado positivo en anticuerpos contra el virus del herpes simple. Se esperan resultados en 2022.

 

La carga de la prueba

Cuando los estudios en humanos solo proporcionan una correlación, los investigadores a menudo recurren a los experimentos con animales para buscar la causa. Pero los modelos animales de Alzheimer no son perfectos; los ratones, por ejemplo, no desarrollan las placas distintivas a medida que envejecen, a menos que estén diseñados genéticamente para producirlas. El ratón transgénico 5xFAD, ampliamente utilizado, expresa cinco mutaciones relevantes en genes que codifican la proteína pre-amiloide y una de las enzimas que la transforma en β-amiloide. Estos ratones expresan los genes en niveles muy altos y comienzan a desarrollar placas cuando solo tienen dos meses de edad.

El neurogenetista Rudolph Tanzi y sus colegas del Hospital General de Massachusetts en Charlestown utilizaron el modelo de ratón 5xFAD para investigar una idea remota. Tanzi había estado buscando genes de riesgo de Alzheimer en algunos datos nuevos de genómica humana y estaba desconcertado al ver aparecer un gen para CD33, una proteína ampliamente expresada en el sistema inmunológico innato. 

En este punto, nadie había pensado mucho en si el amiloide-β podría tener un papel específico propio, a pesar de que está altamente conservado en todas las especies, un fuerte indicador de utilidad biológica. La secuencia tiene al menos 400 millones de años y está presente en alrededor de dos tercios de todos los vertebrados. Quizás era algo más que un chico malo. Tal vez tuviera una función de buen chico, atrapando microbios que encuentran su camino hacia el cerebro y evitando que causen enfermedades. Este sistema podría fallar cuando el cerebro envejece y pierde su capacidad para eliminar los amiloides de manera eficiente.

Tanzi, que se había especializado en microbiología, le pidió a la estudiante de posgrado Stephanie Soscia que analizara rápidamente si el β-amiloide podía matar ocho microorganismos comunes que causan enfermedades en un tubo de ensayo, incluidos Streptococcus pneumoniae Escherichia coli . Descubrió que podría, al menos con la misma eficacia que los péptidos antimicrobianos conocidos.   

Durante los años siguientes, Rob Moir, neurocientífico,  desarrolló una serie de experimentos más exhaustivos para probar lo que ahora llamaban su hipótesis de protección antimicrobiana. Junto a Tanzi, inyectaron la bacteria Salmonella typhimurium directamente en el cerebro de ratones 5xFAD productores de placa y descubrieron que sobrevivían más tiempo que los ratones no transgénicos sin placas. Encontraron resultados similares en gusanos nematodos, utilizando el hongo patógeno Candida albicans. En ambos casos, los amiloides formaron redes pegajosas que envolvieron y desarmaron a los patógenos.



 


 Imagen: Ref. 9; Nature 559 , S4 – S7 (2018).

  

Luego, el equipo centró su atención en los virus del herpes, que habían surgido como los patógenos humanos más frecuentemente relacionados con la enfermedad de Alzheimer. Inyectaron el virus del herpes HSV1 en el cerebro de ratones jóvenes 5xFAD y en el de ratones normales. En tres semanas, los cerebros de los ratones transgénicos estaban salpicados de placas amiloides. Cuando el equipo repitió el experimento con una dosis letal de HSV1, los ratones transgénicos vivieron más tiempo que los controles, y aparecieron placas en sus cerebros en solamente dos días.

El HSV1 está tan extendido que más de la mitad de las personas en todo el mundo lo albergan en sus cuerpos. Pero Moir también quería probar los efectos del virus HHV-6, que se encuentra en hasta el 10% de los cerebros sanos, aunque a menudo en niveles bajos y con efectos desconocidos. Los ratones son resistentes a la infección por HHV-6, por lo que el equipo de Moir investigó los efectos del virus en un cultivo 3D de células neuronales humanas que modela algunos aspectos de la enfermedad de Alzheimer. Normalmente, este mini organoide cerebral comienza a acumular placas amiloides y ovillos tau después de seis semanas en cultivo. Pero, como los investigadores habían visto con los ratones, las placas aparecieron solo dos días después de que agregaron el virus.

Moir y Tanzi continuaron investigando el impacto de los virus del herpes en la formación de ovillos tau en los organoides y si los ovillos pudieran bloquear la propagación de virus por las neuronas. Moir murió en diciembre de 2019 después de una breve enfermedad, pero Tanzi dice que su grupo todavía sigue esta línea de trabajo.

El resultado de sus experimentos de prueba de concepto hasta ahora es que "si se está produciendo amiloide-β, se sobrevive mejor a la infección". Pero admite que la prueba real (ver que una infección desencadena la cascada amiloide para causar la enfermedad) está muy lejos. Y nadie sabe todavía si las propiedades antimicrobianas del amiloide-β se despliegan realmente como parte de un proceso fisiológico normal en las personas, o cuán importantes serían en la paleta general de mecanismos de defensa en el cerebro. La infección podría ser una forma de encontrar el fósforo que conduce al fuego del Alzheimer, al igual que lo hacen las mutaciones genéticas raras.

Consciente de que lo que sea que desencadene el inicio de la enfermedad puede que ya no exista cuando la persona muera, el laboratorio de Tanzi está desarrollando técnicas para aislar y analizar placas individuales para ver si hay rastros de microbios atrapados en su interior. Es una especie de excavación arqueológica.

 

Estudios de apoyo

El trabajo de Tanzi aún no se ha reproducido de forma independiente, pero otros experimentos han proporcionado un apoyo circunstancial a la hipótesis de la protección antimicrobiana. Por ejemplo, los científicos de la empresa de biotecnología Genentech en el sur de San Francisco, California, demostraron que una mutación en un gen conocido como PILRA, que se expresa en varias células inmunes, se asocia con una reducción del riesgo de Alzheimer. El gen produce una proteína que ayuda al herpes y a otros virus a ingresar a las neuronas, y los investigadores dicen que la mutación podría prevenir esta entrada. 

Y lo más intrigante es que un artículo de 2020 del laboratorio del biólogo químico Yue-Ming Li en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center en Nueva York proporciona un mecanismo que podría vincular la neuroinflamación con la producción de β-amiloide. El equipo de Li descubrió que una proteína llamada IFITM3 se activa cuando los virus llegan al cerebro. La proteína se une a una de las enzimas productoras de amiloide, llamada γ-secretasa, y aumenta la producción de amiloide. 

Li y su equipo observaron muestras de bancos de cerebros y encontraron que la expresión del gen IFITM3 aumentaba con la edad. También fue mayor en los cerebros de personas con enfermedad de Alzheimer que en los de los controles. Es más, en experimentos con células cerebrales cultivadas, encontraron que una molécula que estimula la inflamación, una citocina llamada interferón, aumentaba los niveles de IFITM3 y amiloide-β (también en muestras de cerebro humano, dondequiera que encontraran más IFITM3, encontraron más interferón). Todo esto sugiere, dicen, que la proteína podría actuar como un intermediario entre la inflamación y el proceso de producción de amiloide.  

Li ahora está investigando si IFITM3 podría convertirse en un biomarcador que ayudaría a decidir qué pacientes podrían ser reclutados para ensayos clínicos de terapias antiinflamatorias o medicamentos que se dirijan a la γ-secretasa. También está investigando si la proteína podría convertirse en un objetivo útil para el desarrollo de fármacos.

Los resultados son "un gran paso adelante", porque revelan el tipo de cascada que caracteriza a muchas enfermedades complejas, incluido el cáncer. El proceso “podría ser desencadenado por mutaciones que causan la enfermedad de Alzheimer familiar, que conducen a más amiloide, lo que genera inflamación, o por una infección que conduce a inflamación, lo que generaría una sobreproducción de péptidos amiloides”.

Si esto es cierto, tendría implicaciones importantes para el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, porque bloquear la producción de β-amiloide podría significar que las infecciones de repente representen una amenaza mayor para el cerebro. Pero esto es completamente especulativo, y depende de la importancia que pueda tener el amiloide-β en la línea de defensa global del cerebro.

Algunos investigadores todavía se muestran escépticos de que las infecciones tengan un papel importante en el Alzheimer.  Según ellos, el envejecimiento es el mayor factor de riesgo para desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Es más probable que la causa sea la inflamación general del cerebro que viene con el envejecimiento.

Sin embargo, dados los modelos correctos, algunos científicos piensan que la teoría de la infección podría demostrarse, incluso si pudiera ser difícil mostrar qué proporción de casos de Alzheimer fueron provocados por un microbio. El investigador Jacobson está cautivado por las nuevas posibilidades y espera desarrollar un modelo de tití para probar la teoría de la infección, porque este pequeño primate emula la patología de Alzheimer en humanos de manera más exacta que otros modelos. Tanzi planea utilizar un ratón cuyos genes amiloides se han intercambiado por sus equivalentes humanos y que, por lo tanto, expresa β-amiloide humano a niveles fisiológicos normales. 

Y otro paso clave será que laboratorios independientes reproduzcan los hallazgos existentes.

 

Basado en:

Allnutt, M. A. et al. Neuron 105, 1027–1035 (2020).

Readhead, B. et al. Neuron 99, 64–82 (2018)

Hur, J.-Y. et al. Nature 586, 735–740 (2020).

Nature 587 , 22-25 (2020) 

sábado, 17 de octubre de 2020

El cerebelo todavía está por descubrir

 


Los científicos creyeron durante mucho tiempo que su función era simplemente coordinar movimientos. Ahora se sospecha que podría hacer mucho más.



 



Una imagen del cerebelo. Imagen: XIA YUAN / GETTY

 

Cuando una estudiante universitaria de 22 años apareció en un hospital después de caer sobre hielo y golpearse la cabeza, los médicos realizaron una tomografía computarizada que reveló una sorpresa: un tumor en su cerebelo, la estructura del tamaño de un puño en la parte posterior del cerebro.  Después de que los cirujanos extrajeron con éxito la masa, la mujer comenzó a mostrar comportamientos extraños. Ella se mostraba emocionalmente inexpresiva y actuaba de manera inapropiada, por ejemplo, desnudándose en los pasillos del hospital. Hablaba con una voz rápida, aguda e ininteligible y tenía problemas para hacer aritmética básica, dibujar, leer y escribir. Aunque comenzó a mejorar después de unas pocas semanas, pasaron dos años antes de que pudiera seguir un curso de recuperación en una universidad, y durante más de dos décadas, su toma de decisiones permaneció afectada.


Este caso inusual, que se informó por primera vez en la década de 1990, desafió una noción que había persistido durante siglos: que el trabajo del cerebelo se limita a coordinar movimientos.


Para muchos neurocientíficos, la estructura quedó relegada tras la corteza cerebral, la delgada capa de células que cubre el bulto arrugado en el que la mayoría de nosotros pensamos cuando imaginamos el cerebro humano. El cerebelo se consideraba tan poco importante que muchos científicos simplemente lo ignoraban en los estudios de neuroimagen o, cuando extraían el cerebro de los animales para muchos tipos de investigación, cortaban la estructura y la tiraban.

 

Sin embargo, las cosas están comenzando a cambiar lentamente a medida que se acumulan las evidencias de que el cerebelo hace contribuciones importantes a la cognición, las emociones y el comportamiento social. Además de eso, los estudios sugieren que el cerebelo puede desempeñar un papel clave en el autismo, la esquizofrenia y otros trastornos cerebrales. Los investigadores ahora están estudiando los cerebros de ratones y personas para comprender cómo el cerebelo contribuye a estas afecciones.

 

A primera vista, el cerebelo se parece un poco a una cáscara de nuez arrugada. Una mirada más cercana revela dos hemisferios con pliegues superficiales que se hunden en surcos profundos y se dividen en una red de ramas parecidas a corales. Mirar a través de un microscopio revela un patrón uniforme de células densamente empaquetadas. El cerebelo constituye solo alrededor del 10 por ciento de la masa del cerebro humano, pero contiene más de la mitad de sus neuronas. Estirado, la superficie del cerebelo sería casi el 80 por ciento de la de la corteza cerebral.

 


Los primeros experimentos con el cerebelo, que en latín significa "cerebro pequeño", datan de hace siglos. Esas investigaciones no fueron bonitas: los científicos simplemente cortaron la estructura de los animales vivos y luego observaron su comportamiento. Por ejemplo, el fisiólogo frances del siglo XIX Marie-Jean-Pierre Flourens realizó cerebelectomías en palomas e informó que los animales comenzaron a tambalearse como si estuvieran intoxicados. Estos hallazgos lo llevaron a proponer que la estructura era necesaria para coordinar el movimiento. Más tarde, las observaciones clínicas de personas con lesiones cerebelosas confirmaron esta hipótesis, consolidando la reputación del cerebelo durante casi dos siglos como una estructura de coordinación del movimiento.

 

Un pequeño número de científicos comenzó a desafiar esta descripción en la década de 1980. Entre ellos, la líder fue Henrietta Leiner, quien inicialmente se había formado en matemáticas, física e informática, pero luego se interesó por la neuroanatomía. Ella quedó cautivada por el cerebelo mientras reflexionaba sobre el propósito del grueso tracto de fibras nerviosas que lo conectan con la corteza cerebral.

 

Leiner también cuestionó por qué el cerebelo evolucionó para ser mucho más grande en humanos que en otros animales. (Según una estimación, el cerebelo humano es, en promedio, 2,8 veces más grande de lo esperado en primates de nuestro tamaño). ¿Por qué sería así, si todo lo que hiciera fue coordinar el movimiento? En 1986, Leiner, junto con su esposo, el científico informático Alan Leiner y un neurólogo llamado Robert Dow, propusieron una hipótesis radical. El cerebelo humano, dijeron, contribuye a las habilidades de pensamiento básicas, como la capacidad de planificar las acciones de uno.

 

Jeremy Schmahmann, entonces residente de neurología en el Boston City Hospital, también desarrolló una fascinación por el cerebelo en esa época. Su interés surgió de la evidencia emergente de que otra parte del cerebro que alguna vez se pensó que estaba involucrada únicamente en el control motor, los ganglios basales, también contribuía a la cognición. Esto llevó a Schmahmann a preguntarse si podría ocurrir lo mismo con el cerebelo.

 

Para abordar esta pregunta, Schmahmann emprendió lo que él describe como una "excavación arqueológica" a través de las estanterías de la Biblioteca de Medicina Countway de Harvard. Allí, descubrió manuscritos que datan de mas de 200 años que documentan casos de deterioro cognitivo, social y emocional en pacientes con daño cerebeloso y, en casos raros, donde las personas nacieron sin cerebelo.

 

Los informes históricos persuadieron a Schmahmann de investigar más a fondo. En experimentos con monos, él y el neuroanatomista Deepak Pandya, encontraron evidencia de que el cerebelo recibe información a través del tronco cerebral de partes de la corteza cerebral que, en las áreas paralelas del cerebro humano, están involucradas en funciones como el lenguaje, la atención, y la memoria.

 

También en esa época, otro grupo, dirigido por el neurobiólogo Peter Strick de la Universidad de Pittsburgh, rastreó las conexiones que iban en la otra dirección: desde el cerebelo hasta el resto del cerebro. Esta comunicación bidireccional reforzó la idea  de que el cerebelo hace mucho más que coordinar movimientos.

 

Las observaciones clínicas posteriores y los estudios de neuroimagen han fortalecido aún más el argumento.

 

A fines de la década de 1990, Schmahmann informó la primera descripción del síndrome afectivo cognitivo cerebeloso después de observar que las personas con daño cerebeloso, debido a la degeneración o después de la extirpación de tumores, accidentes cerebrovasculares e infección, exhibían una amplia gama de deterioros en la cognición y el comportamiento. Estos incluían dificultades con el razonamiento abstracto  y la planificación, cambios en la personalidad, como las emociones inhibidas y los comportamientos inapropiados que se observó en la estudiante universitaria con el tumor cerebeloso, y problemas con el habla. Algunos pacientes se recuperaron después de varios meses; en otros, los síntomas persistieron durante años. Esta condición, que más tarde se denominó "síndrome de Schmahmann", reforzó la evidencia de que el cerebelo estaba involucrado en una variedad de procesos cognitivos.

 

Los casos raros de personas nacidas sin partes del cerebelo también han insinuado funciones más amplias. Además de la dificultad para coordinar sus movimientos, estos individuos exhiben signos del síndrome de Schmahmann, así como rasgos autistas como rituales obsesivos y problemas para comprender las señales sociales.

 

En otro influyente estudio, el neurocientífico de Harvard Randy Buckner y sus colegas mapearon la comunicación entre la corteza cerebral y el cerebelo en humanos. Al escanear los cerebros de personas sanas utilizando imágenes de resonancia magnética funcional, el equipo reveló que la actividad en la mayor parte del cerebelo estaba sincronizada con la actividad en partes de la corteza cerebral responsables de las funciones cognitivas, y no con las áreas corticales involucradas en el movimiento. Ese artículo fue increíble porque demostró que la mayor parte del cerebelo en realidad está dedicado a funciones no motoras.


Estos estudios y otros están dejando cada vez más claro que el cerebelo tiene muchas funciones. Pero queda una gran pregunta: ¿cuál es exactamente su función general?

 

La arquitectura en forma de cuadrícula, altamente organizada, de las células del cerebelo ha inspirado a algunos científicos a sugerir que realiza una computación simple. Schmahmann ha denominado a esta hipótesis la "transformación cerebelosa universal". Exactamente qué computación central podría explicar la participación del cerebelo en el movimiento, la cognición y la emoción sigue siendo una pregunta abierta. Pero los científicos han propuesto una variedad de posibilidades, como hacer y actualizar predicciones o la precisión en la realización de las tareas.

 

Dadas las innumerables funciones del cerebelo, algunos científicos sospechan que la estructura puede estar involucrada en varios trastornos relacionados con el cerebro. Las dos condiciones para las que hay más evidencia actualmente son el autismo y la esquizofrenia.

 

Las anomalías cerebelosas son algunas de las diferencias neuroanatómicas más comunes observadas en personas con autismo, y los médicos han observado que las lesiones en el cerebelo al nacer aumentan considerablemente el riesgo de que un niño desarrolle la afección. Estudios recientes también sugieren que el cerebelo puede tener una gran influencia en el desarrollo y que las primeras irregularidades en esta estructura pueden predisponer a las personas a condiciones como el autismo.

 

Sam Wang, un neurocientífico de Princeton, y su equipo han demostrado que la inactivación del cerebelo en ratones durante el desarrollo mediante la quimiogenética, un método para manipular circuitos neuronales específicos utilizando moléculas diseñadas inyectadas en el cerebro, conduce a características en los animales que reflejan las observadas en humanos con autismo. Los ratones perdieron la preferencia de pasar tiempo con otro ratón en lugar de con un objeto inanimado y tuvieron dificultades para adaptarse a una nueva tarea. La misma manipulación en ratones adultos no tuvo tales efectos.

 

Otros investigadores han descubierto que es posible modificar algunos de estos rasgos manipulando al cerebelo. Stoodley y sus colegas han demostrado que estimular el cerebelo con quimiogenética puede revertir los déficits sociales en ratones modificados genéticamente que muestran rasgos de autismo. Su laboratorio ahora está evaluando si pueden modificar el aprendizaje social en personas autistas y neurotípicas al apuntar al cerebelo con una técnica llamada estimulación de corriente directa transcraneal, que usa electrodos colocados en la cabeza para modular la actividad cerebral.

 

La idea de que el cerebelo podría estar involucrado en la esquizofrenia ha existido durante décadas, pero hasta hace poco había poca evidencia experimental en humanos. Sin embargo, en 2019, un grupo que incluía a Schmahmann informó que estimular el cerebelo con un método llamado estimulación magnética transcraneal (EMT), que utiliza imanes para crear corrientes eléctricas en el cerebro, podría aliviar lo que se conoce como síntomas negativos de la esquizofrenia, que incluyen la anhedonia (la incapacidad de sentir placer) y la falta de motivación. Si la terapia con TMS resultara eficaz, podría satisfacer una necesidad de larga trayectoria. Los medicamentos antipsicóticos pueden reducir con éxito lo que se conoce como síntomas positivos de la esquizofrenia; en otras palabras, comportamientos adicionales que normalmente no se observan en personas sanas, como alucinaciones y pensamientos delirantes. Pero las terapias efectivas para los síntomas negativos siguen siendo esquivas.

 

Brady y sus colegas ahora están llevando a cabo un estudio de seguimiento con un grupo más grande de personas. También están abordando la cuestión de cómo, exactamente, la estimulación cerebelosa conduce a la mejora. En la Universidad de Iowa, Parker y sus colegas también están probando si la EMT cerebelosa puede mejorar el estado de ánimo y la cognición en personas con afecciones que incluyen esquizofrenia, autismo, trastorno bipolar, depresión y enfermedad de Parkinson. Las anomalías en la memoria de trabajo, la atención y la planificación son muy similares en muchas de estas condiciones. En última instancia, se espera que conocer la contribución del cerebelo a estas condiciones conducirá al desarrollo de nuevos tratamientos.

 

Queda por ver si las terapias basadas en el cerebelo pueden ayudar a las personas con estas afecciones de amplio espectro. Sin embargo, lo que está claro es que el cerebelo ya no puede ser ignorado, y que sus conexiones en todo el cerebro y sus contribuciones a la función cerebral pueden ser mucho más amplias de lo que los científicos habían imaginado inicialmente.

 

Basado en: https://www.annualreviews.org/doi/10.1146/annurev-neuro-070918-050258

https://elifesciences.org/articles/36401

https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/24183029/

lunes, 14 de septiembre de 2020

Variabilidad en el conectoma humano. ¿Es lo que nos hace diferentes?

 


 Diferentes mamíferos muestran patrones comunes en las conexiones cerebrales. Pero nuestra propia especie tiene algunas características propias.


 

                     Imagen : Getty Images



¿Qué hace especial al cerebro humano? Esa pregunta no es fácil de responder y ocupará a los neurocientíficos durante las generaciones venideras. Pero ya se pueden vislumbrar algunas respuestas. El órgano es ciertamente más grande de lo esperado para nuestro tamaño corporal. Y tiene sus propias áreas especializadas, una de las cuales está dedicada al procesamiento del lenguaje. En los últimos años, los escáneres cerebrales han comenzado a mostrar que la forma particular en que las neuronas se conectan entre sí también es parte de la historia.

 

Una herramienta clave en estos estudios son las imágenes por resonancia magnética (IRM), en particular, una versión conocida como imágenes por tensor de difusión. Esta técnica puede visualizar las fibras largas que se extienden desde y hasta otras neuronas y unen las regiones del cerebro, sin tener que realizar cirugía invasiva. Al igual que los cables, estas conexiones transportan información eléctrica entre neuronas. Y el conjunto de todos estos vínculos, también conocido como conectoma, puede proporcionar pistas sobre cómo el cerebro procesa la información.

 

Una pregunta persistente sobre los conectomas tiene que ver con qué tienen que ver los patrones de cableado distintivos, si es que tienen algo que ver, con las diferencias cognitivas evidentes en un ratón, un mono o un humano. Una nueva metodología llamada Conectómica Comparativa ha identificado algunas reglas generales del cableado cerebral entre especies que pueden ayudar a proporcionar respuestas. Mientras tanto, también se han encontrado algunas facetas únicas del conectoma humano y se han descubierto cambios en las células encargadas del mantenimiento del cableado cerebral. Juntas, estas innovaciones evolutivas parecen mantener la información fluyendo de manera eficiente a través del  gran cerebro humano. Y cuando se interrumpen, pueden dar lugar a trastornos psiquiátricos.

 

Hipotéticamente, el conectoma más eficiente seguiría un diseño de uno a muchos, con cada célula nerviosa conectándose con todas las demás. Pero este enfoque es prohibitivamente inviable porque requiere mucho espacio para albergar todas estas conexiones y energía para mantenerlas funcionando. Alternativamente, un diseño uno a uno, en el que cada neurona se conecta a una única neurona, sería menos desafiante, pero también menos eficiente: la información tendría que atravesar una enorme cantidad de células nerviosas como trampolines para llegar del punto A al punto B.

 

"La vida real está en el medio", según Yaniv Assaf de la Universidad de Tel Aviv, quien ha publicado  un estudio de los conectomas de 123 especies de mamíferos en la revista científica Nature Neuroscience. Assaf abordó su investigación de una manera un tanto indirecta: lo que comenzó como un pasatiempo de fin de semana de escanear cerebros de murciélagos con su colega de Tel Aviv, Yossi Yovel, se convirtió en una exploración de siete años de tantos cerebros de mamíferos postmortem como pudieron conseguir de un instituto veterinario cercano, así como de humanos. Los investigadores observaron una variedad de cerebros, desde el cerebro de murciélago más pequeño, que requería una lupa para inspeccionarlo, hasta el peso pesado que supone un cerebro humano. Entre esos ejemplos se encontraban los cerebros de jirafas, tejones y vacas. Entre todos ellos, el equipo encontró los mismos patrones de conexiones en funcionamiento: la cantidad de escalones para llegar de un lugar a otro era aproximadamente la misma en cada uno de los órganos. Los diferentes  cerebros  se comprobó que utilizaban un diseño de cableado similar.

 

Sin embargo, hubo algunas diferencias en cómo se alcanzó este diseño. Las especies con pocas conexiones de largo alcance, que unen los dos hemisferios de su cerebro, tendían a tener conexiones más cortas dentro de cada hemisferio en las que las áreas cercanas “hablaban” intensamente entre sí. Las especies con conexiones de más largo alcance, como los humanos y otros primates, mostraban una reducción de estas redes locales.

 

Este enfoque de la conectividad puede reflejar las limitaciones geométricas al empaquetar un sistema nervioso en un cráneo. Pero las variaciones en estos vínculos dentro de una especie también pueden correlacionarse con diferentes habilidades. Si se  tiene una conectividad más densa en una región, es posible que se tenga una cierta capacidad sobreexpresada, que otros individuos no muestren."

 

Aunque los cerebros humanos siguen las mismas reglas para generar conexiones entre las neuronas que el resto de  los mamíferos, también muestran algunas innovaciones sorprendentes. En una comparación directa de conectomas humanos con los de los chimpancés, nuestros parientes vivos más cercanos, Martijn van den Heuvel de la Universidad de Vrije de Ámsterdam y el antropólogo James Rilling de la Universidad de Emory revelaron 33 conexiones humanas específicas. Estos enlaces únicos eran más largos y más importantes para la eficiencia de la red que las 255 conexiones que si se compartían en las dos especies. Las conexiones que se extienden a distancia también unieron áreas "asociativas" de alto nivel en la corteza cerebral que están involucradas en el lenguaje, el uso de herramientas y la imitación.

 

“El cerebro humano tiende a invertir más en mantener conectadas esas áreas asociativas”, según Van den Heuvel. Esta configuración podría permitir la integración eficiente de información de diferentes partes del cerebro, particularmente aquellas encargadas del procesamiento conceptual. "Creo que esta inversión es la que nos ha traído nuestras funciones cerebrales más complicadas".

 

Cuando Van den Heuvel y sus colegas analizaron las áreas del lenguaje, apareció una "huella digital de conectividad". Los chimpancés tienen sus propias versiones limitadas de las áreas de Broca y Wernicke, las regiones responsables de la producción y comprensión del lenguaje humano, respectivamente. Pero en los humanos, las conexiones entre los dos son más fuertes. Y las conexiones del área de Broca a otras regiones del cerebro son en realidad más débiles. Es como si las dos regiones se hubieran dedicado su poder de procesamiento entre sí y hubieran preparado el escenario para el lenguaje.

 

Sin embargo, las conexiones humanas específicas pueden formar un talón de Aquiles para los humanos. En un estudio publicado por Van den Heuvel, Rilling y sus colegas encontraron que las conexiones humanas específicas estaban más interrumpidas en la esquizofrenia. "Esto plantea la posibilidad de que la evolución de estas nuevas conexiones humanas haya tenido un costo"

 

Si bien estos estudios defienden la importancia evolutiva de las conexiones cerebrales, los métodos de obtención de imágenes no están exentos de errores. Tienen una resolución limitada, por lo que pueden perder una conexión que finaliza o que toma un giro. Este problema significa que el campo debe basarse en otras áreas de evidencia para confirmar los hallazgos.

 

La genómica puede llenar algunos vacíos. Un estudio publicado recientemente se centró en segmentos de ADN llamados potenciadores, que controlan si los genes están activados o desactivados. Menno Creyghton, del Centro Médico de la Universidad Erasmus en los Países Bajos, y sus colegas encontraron que ciertos potenciadores en humanos y chimpancés diferían significativamente de los de macacos y monos tití más distantes. Esta remodelación genómica tuvo lugar en células llamadas oligodendrocitos, que envuelven conexiones con vainas aislantes de mielina. Hacerlo asegura que las señales eléctricas lleguen rápidamente a su destino.

 

Creyghton sugiere que las neuronas están tratando de ponerse al día con la expansión del cerebro. “Estos oligodendrocitos necesitan reinventarse para facilitar este cerebro más grande”, “Así que tienes este cambio espectacular que te da un cerebro más grande. Y luego se necesitan muchas adaptaciones en el cerebro para lidiar con eso".

 

Basado en:

https://www.nature.com/articles/s41593-020-0641-7

https://www.pnas.org/content/116/14/7101.long

https://www.nature.com/articles/s41467-019-14269-w

https://academic.oup.com/brain/article/142/12/3991/5625575

lunes, 31 de agosto de 2020

El latido de nuestro cerebro



El cerebro humano late cada vez que late el corazón. Los científicos han utilizado ese pequeño movimiento para revelar nuevos conocimientos sobre nuestras neuronas.



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Imagen: Con cada latido, nuestros corazones agitan ligeramente a nuestros cerebros.
 Un nuevo estudio utilizó ese fenómeno para obtener un mayor conocimiento
 
 sobre el cerebro humano.



El neurocientífico Ueli Rutishauser, pensó que había descubierto un extraño fenómeno sobre el cerebro humano, todavía no estudiado en profundidad.

Estaba tratando de analizar cómo el cerebro escucha al corazón, no en el sentido figurado de seguir su corazón, sino identificando las misteriosas neuronas en el cerebro que literalmente rastrean y regulan los latidos del corazón.

Rutishauser y sus colegas del Centro Médico Cedars-Sinai en Los Ángeles tenían datos valiosos para tratar de resolver ese misterio: grabaciones eléctricas tomadas del interior del cerebro humano vivo, específicamente del hipocampo, una estructura profunda dentro del cerebro que es importante para la memoria. Estos datos son raros, se registraron de personas que se sometieron a ciertos tipos de cirugía cerebral o que tuvieron implantes cerebrales a corto plazo antes de la cirugía de epilepsia y que aceptaron participar en los estudios de investigación.

Cuando los científicos observaron por primera vez las grabaciones y las alinearon con los latidos del corazón de los pacientes, los datos obtenidos fueron sorprendentes. La actividad eléctrica de todas y cada una de las neuronas parecía moverse en sincronía con los latidos del corazón, casi en su totalidad.



Imagen: Un esquema de Clayton Mosher, becario postdoctoral de Cedars-Sinai,
ilustra el estudio del equipo de grabaciones eléctricas
 de los cerebros de pacientes quirúrgicos.



Los científicos pronto se dieron cuenta de que el latido del corazón no afectaba a las neuronas, sino a los diminutos cables que habían colocado en el cerebro de los pacientes. El cerebro de las personas pulsa levemente a medida que late el corazón, lo que, en estos experimentos, provocó una pequeña sacudida en el electrodo que hizo que los picos eléctricos de las neuronas parecieran estar sufriendo cambios  de ritmo.

El efecto de los latidos  en los electrodos permitió a los científicos clasificar las neuronas del cerebro de los pacientes en tres tipos diferentes en función de sus firmas eléctricas. Los equipos de investigación de Cedars-Sinai y Allen Institute publicaron un estudio que describe sus hallazgos en la revista científica  Cell Reports.

El trabajo computacional del investigador  Anastassiou es parte de un programa más amplio en el Instituto Allen, donde los investigadores obtienen datos detallados sobre la "lista de partes" del cerebro a partir de tejido post mortem o de partes de cerebro vivo donadas por pacientes sometidos a cirugía por tumores cerebrales o epilepsia. Usan información como los genes que activan las neuronas, su actividad eléctrica única y sus formas 3D para clasificar estas células en diferentes categorías o tipos de células.

Hay mucho que se  puede aprender sobre los componentes básicos de nuestro cerebro observando muestras de tejido en el laboratorio, pero hay una brecha entre ese trabajo y la comprensión de cómo los diferentes tipos de neuronas producen pensamientos y sentimientos.


¿Qué significan todos estos diferentes tipos de células? ¿Cómo se junta todo?

Cuando Rutishauser describió lo que habían visto con los latidos del corazón, Anastassiou se dio cuenta de que esta podría ser una oportunidad para unir estos dos mundos: un equipo tenía datos detallados sobre los tipos de células del cerebro humano, pero no información sobre lo que esos tipos hacen en una persona. El otro equipo tenía grabaciones de cerebros humanos vivos, pero no había forma de saber qué tipos de neuronas estaban interaccionando.

Los investigadores establecieron una colaboración y pronto se dieron cuenta de que había diferencias sutiles en cómo cambiaban las firmas eléctricas de las diferentes neuronas cuando el electrodo vibraba con los latidos del corazón. Anastassiou y sus colegas construyeron un conjunto de simulaciones computacionales de neuronas humanas basadas en los datos de tipos de células humanas del Instituto Allen y estimularon a esas neuronas virtuales. Utilizaron el aprendizaje automático para emparejar esas señales virtuales con las reales, lo que resultó en tres tipos diferentes de células según sus registros eléctricos.


Vincular los descubrimientos del cerebro con los tipos de células


Los investigadores ya han descubierto cómo funcionan estas clases de neuronas en el cerebro intacto: uno de estos tres tipos se sincroniza con las ondas cerebrales theta de los pacientes, una onda cerebral lenta asociada con el aprendizaje y la plasticidad en el cerebro despierto.

Los equipos de investigación están trabajando para definir más tipos de neuronas humanas utilizando este método, y también planean estudiar cómo se encienden o apagan los diferentes tipos de neuronas a medida que los pacientes que colaboran con la investigación realizan ciertas tareas, como mirar fotos de miembros de la familia o recordar imágenes.

Y una vez que pueden vincular tipos de células específicas con recuerdos, reacciones o emociones, se abre la puerta a posibles terapias para enfermedades y trastornos.
Basado en:


domingo, 23 de agosto de 2020

Seguir el rastro de estados mentales como la emoción




 Los neurocientíficos están analizando enormes cantidades de datos para aprender cómo los cerebros crean emociones u otros estados internos como la agresión y el deseo.


Hace dos años, Jennifer Li y Drew Robson buscaban  a través de terabytes de datos de un experimento de cerebro de pez cebra, cuando se encontraron con un puñado de células que parecían ser psíquicas.

Los dos neurocientíficos habían planeado mapear la actividad cerebral, mientras las larvas de pez cebra buscaban comida, y registrar cómo cambiaba la charla neuronal. Fue su primera prueba importante de una plataforma tecnológica que habían construido en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts. La plataforma les permitió ver cada neurona en el cerebro de las larvas mientras las criaturas, apenas del tamaño de una pestaña, nadaban libremente en un plato de agua de 35 milímetros de diámetro, y se dedicaban a comer su alimento microscópico.

De la montaña de datos de los científicos emergió un puñado de neuronas que predijeron cuándo una larva iba a atrapar y tragar un bocado. Algunas de estas neuronas incluso se activaron muchos segundos antes de que la larva fijara sus ojos en el grumo de plancton.

Y algo extraño. Al observar con más detalle los datos, los investigadores se dieron cuenta de que las células "psíquicas" estuvieron activas durante un tiempo inusualmente largo, no segundos, como es típico en la mayoría de las neuronas, sino muchos minutos. De hecho, más o menos la duración de los episodios  de alimentación de las larvas.

Li y Robson investigaron en las publicaciones científicas y poco a poco se dieron cuenta de que las células debían estar estableciendo un "estado cerebral" general, un patrón de actividad cerebral prolongada que preparaba a las larvas para interactuar con la comida frente a ellas. La pareja se enteró de que, en los últimos años, otros científicos que utilizaban varios enfoques y diferentes especies también habían encontrado estados cerebrales internos que alteran el comportamiento de un animal, incluso cuando nada ha cambiado en su entorno externo.

Algunos, como Li y Robson, habían llegado al descubrimiento por casualidad mientras revisaban sus propios datos de todo el cerebro. Otros han planteado la hipótesis de que deben existir neuronas que codifican estados cerebrales internos, y las han buscado activamente en regiones cerebrales discretas y bien investigadas. Por ejemplo,  el neurobiólogo David Anderson del Instituto de Tecnología de California (Caltech) en Pasadena y sus colegas identificaron un estado interno del cerebro, representado por una pequeña red de neuronas, que prepara a las moscas de la fruta para participar en conductas de cortejo o pelea.

Los neurocientíficos que intentan comprender el lenguaje de codificación del cerebro han estudiado convencionalmente cómo responden sus redes de neuronas a la información sensorial y cómo generan comportamientos, como el movimiento o el habla. Pero no pudieron analizar en detalle la parte importante: la gran cantidad de actividad neuronal que ocultan patrones que representan el estado de ánimo o los deseos del animal, y que lo ayudan a calibrar su comportamiento. Incluso hace unos pocos años, medir las actividades de redes específicas que subyacen a los estados internos del cerebro era imposible.

Una gran cantidad de nuevas técnicas están comenzando a cambiar eso. Estos métodos permiten a los científicos rastrear la actividad eléctrica en el cerebro con un detalle sin precedentes, cuantificar el comportamiento natural de un animal en escalas de tiempo de milisegundos y encontrar patrones en las montañas de datos que generan estos experimentos. Estos patrones podrían ser firmas de los innumerables estados internos que puede adoptar un cerebro. Ahora el desafío es descubrir qué significan estos estados.



Scans through a zebrafish brain with functionally classified neurons highlighted in colour
Escaneo a través de un cerebro de pez cebra con neuronas clasificadas funcionalmente resaltadas en color
Tres grupos de neuronas controlan cuándo las larvas de pez cebra
 se quedan quietas (izquierda), exploran (centro) y cambian entre los dos estados (derecha). 
Imagen: J. C. Marques et al./Naturaleza



Algunos neurocientíficos se atreven a utilizar las tecnologías para estudiar  un poderoso grupo de estados internos del cerebro: las emociones. Otros las están aplicando a estados como la motivación o a  impulsos existenciales como la sed. Los investigadores incluso están encontrando en sus datos  firmas de estados para los que no tienen vocabulario asociado.



Estados de ánimo


El cerebro de cualquier animal es bombardeado constantemente con información sobre el entorno del animal desde  órganos sensoriales como los ojos, los oídos, la nariz o la piel. Toda esta información se procesa inicialmente en la corteza sensorial del cerebro. Luego vienen pasos de procesamiento más misteriosos, en los que esa información se filtra a través de múltiples estados internos del cerebro que representan los estados de ánimo y las necesidades en constante cambio del animal. Eso finalmente lleva a la corteza motora a generar movimientos que son apropiados a las circunstancias, para alejar una mosca que molesta, por ejemplo, o moverse hacia un sabroso manjar. Los estados internos también se pueden generar completamente en el cerebro, sin entrada sensorial y sin salida de comportamiento: piense en soñar despierto o en la reproducción de los eventos del día en su mente.

En los últimos años, la comprensión de la naturaleza de los estados internos está cambiando la forma en que los neurocientíficos que estudian las redes cerebrales piensan sobre el comportamiento animal. “Solíamos pensar en los animales como una especie de máquinas de respuesta a estímulos”, según  la neurocientífica Anne Churchland del Laboratorio Cold Spring Harbor, Nueva York. "Ahora estamos empezando a darnos cuenta de que se están generando todo tipo de cosas realmente interesantes dentro de sus cerebros que cambian la forma en que se procesan las entradas sensoriales y, por lo tanto, cambia la salida de comportamiento de los animales".

Esbozar cómo estudiar este intrigante paso intermedio  ha sido durante mucho tiempo una preocupación para Anderson. Hace seis años, decidió crear un marco teórico para la investigación de los estados internos del cerebro que representan la emoción. Estaba molesto por la opinión de algunos psicólogos, que piensan que debido a que los animales no pueden expresar sus sentimientos con palabras, esos sentimientos no pueden estudiarse en absoluto. Junto con su colega de Caltech Ralph Adolphs, Anderson desarrolló y publicó una hipótesis sobre las características que deberían tener los circuitos neuronales asociados con los estados internos del cerebro.

Lo más importante, pensaron, es que un estado cerebral interno debería durar más que el estímulo original que lo desencadenó. Entonces, una característica clave de un circuito neuronal que sustenta tal estado sería su persistencia, dice. “Si va de excursión a las montañas y ve una serpiente, entonces puede saltar de miedo”, según Anderson. "Diez minutos después, el estado interno de miedo de tu cerebro todavía está activo, así que cuando veas un palo en tu camino, podrías saltar de nuevo".


Otras características de los estados internos deben incluir la generalización, lo que significa que diferentes estímulos deben poder provocar el mismo estado, y la escalabilidad, en la que diferentes estímulos pueden crear estados de diferente intensidad.

Anderson y Adolphs publicaron su artículo en 2014, justo cuando una serie de neurotecnologías comenzaba a hacer factibles los experimentos necesarios. Ya era posible registrar una gran cantidad de neuronas individuales al mismo tiempo, y desde entonces las tecnologías han mejorado y se han expandido notablemente, lo que permite a los científicos analizar la actividad anteriormente inaccesible.

Liderando estas técnicas está la sonda Neuropixels, de solo 10 mm de largo, que puede registrar directamente la actividad en cientos de neuronas en diferentes áreas del cerebro. Y las técnicas de imágenes especiales pueden indicar dónde están activas hasta decenas de miles de neuronas individuales en todo el cerebro. En las imágenes de calcio, por ejemplo, los animales se diseñan genéticamente para expresar una molécula en sus neuronas que detecta los iones de calcio; cuando estos se introducen en una neurona cuando se excita, la molécula emite fluorescencia.

Los nuevos monitores de comportamiento automáticos toman grabaciones de vídeo de animales que se comportan libremente durante muchas horas y analizan cada movimiento en elementos de milisegundos. Luego, los elementos se pueden alinear con grabaciones neuronales, haciendo coincidir la actividad cerebral momento a momento con movimientos específicos.

Los neurocientíficos han capitalizado el aumento en el aprendizaje automático, la inteligencia artificial y las nuevas herramientas matemáticas para dar sentido a los gigabytes o terabytes de datos que puede generar cualquier experimento con estas tecnologías y para detectar los patrones de activación neuronal que podrían representar estados cerebrales internos.


Listo para participar


Para su primer estudio de un estado interno, Anderson decidió aprovechar el interés previo de su laboratorio por la agresión en la mosca de la fruta, que tiene un cerebro diminuto que contiene alrededor de 100.000 neuronas. En muchas especies animales, los machos comienzan a pelear entre sí en presencia de hembras, un comportamiento bien establecido que Anderson llama el "efecto Helena de Troya", en honor al mito griego sobre una mujer cuyos pretendientes competidores iniciaron una guerra. Las moscas de la fruta no son una excepción: la evidencia indirecta sugiere que la exposición a las hembras hace que los machos se involucren tanto en canciones de cortejo como en comportamientos agresivos hacia otros machos durante muchos minutos y eso es mucho tiempo en la corta vida de una mosca de la fruta.

Anderson empezó a buscar la actividad neuronal que se correlacionara con el cortejo persistente y los comportamientos de lucha iniciados por las neuronas conocidas como P1, que se encuentran en una región que controla dichos comportamientos sociales. Estas neuronas se activan tan rápido que por sí solas no podrían ser responsables de mantener un estado interno. Usando técnicas de imagen junto con análisis de comportamiento automatizados, su grupo identificó células en otras áreas del cerebro que se activan como consecuencia de la activación de P1.

La mayoría de estas "células seguidoras" se activaron y desactivaron rápidamente, pero un grupo llamado neuronas pCd permaneció activo durante muchos minutos. Cuando los investigadores insertaron una proteína sensible a la luz en estas células y las apagaron usando un flash de un láser, el efecto persistente de la activación de P1 en el comportamiento desapareció. Cuando las activaron directamente, sin pasar por P1, no sucedió nada: las neuronas pCd necesitaban P1 como disparador y, una vez que se activaron, permanecieron activadas durante mucho más tiempo que la indicación inicial. Si Anderson tuviera que darle un nombre al estado, podría llamarlo el estado "listo para participar en estos comportamientos sociales".

Su equipo ha realizado un experimento similar en ratones, que tienen cerebros más complejos, que contienen alrededor de 100 millones de neuronas. Los investigadores encontraron un grupo particular de neuronas en el hipotálamo que, al igual que las neuronas pCd, se activaron persistentemente en asociación con un impulso innato, esta vez, el miedo. Cuando los científicos colocaron una rata cerca de ratones de experimentación durante solo unos segundos, los ratones respondieron a la defensiva pegándose a la pared durante varios minutos y el grupo de neuronas permaneció activo durante todo este tiempo. Cuando el equipo volvió a utilizar la luz para encender y apagar las neuronas, el comportamiento de pegarse a la pared, vino y se fue en tándem, incluso sin la presencia de ratas.



Video del ratón moviendo sus bigotes y actividad neuronal mostrada simultáneamente
Incluso durante una tarea, este ratón dedica 
la mayor parte de su actividad cerebral a mover sus bigotes.
Imagen: C. Stringer et al./Science



Los neurocientíficos están descubriendo ahora otros grupos de neuronas con actividad persistente en diferentes áreas del cerebro. Utilizando imágenes de calcio en ratones, Andreas Lüthi del Instituto Friedrich Miescher de Investigación Biomédica en Basilea, Suiza, y Jan Gründemann de la Universidad de Basilea buscaron en la amígdala, que es fundamental para la regulación de una variedad de emociones y comportamientos. El equipo encontró dos poblaciones diferentes de neuronas que mostraban una activación sostenida pero opuesta cuando los ratones cambiaban entre dos comportamientos distintos: explorar el entorno y realizar comportamientos defensivos como la inmovilidad.

Gründemann reconoce que es poco probable que las células de la amígdala funcionen de forma aislada, y que neuronas de todo el cerebro deben participar en el mantenimiento de los estados de exploración o defensa. “Estoy seguro de que lo que hemos encontrado  es solo un nodo en redes más grandes que abarcan todo el cerebro”.


La imagen completa


Mientras que muchos investigadores han buscado neuronas que tengan actividad duradera en áreas concretas del cerebro, Li y Robson, que se mudaron a Alemania en septiembre pasado para dirigir conjuntamente un laboratorio en el Instituto Max Planck de Cibernética Biológica en Tübingen, encontraron sus neuronas persistentemente activas casi por casualidad.

Sus larvas de pez cebra son menos complejas que las moscas de la fruta, ya que solo tienen 80.000 células cerebrales. Debido a que estos peces bebés son transparentes, la actividad de casi todas sus neuronas se puede monitorear simultáneamente usando imágenes de calcio.

La pareja ha desarrollado un método para seguir simultáneamente los movimientos y la actividad neuronal mientras las larvas de peces nadan libremente alrededor de un plato con agua. Implementan un sistema de seguimiento de microscopio fluorescente que se mueve en su plataforma de imágenes para mantener a los peces a la vista de forma constante y captura cada destello de cada neurona a medida que las larvas se mueven. El sistema también los graba, por lo general durante 90 minutos, generando 4,5 terabytes de datos, lo que permite a los experimentadores alinear el movimiento con la actividad neuronal segundo a segundo.

Es posible que las larvas de peces no parezcan tener la rica vida interna que disfrutan los ratones, o incluso las moscas, pero tienen al menos una sólida elección de comportamiento que tomar en sus vidas: alimentarse localmente o nadar en aguas desconocidas para buscar nuevos alimentos. Cuando Li y Robson observaron a las larvas que tomaban esta decisión, encontraron tres grupos de neuronas: uno que estaba persistentemente activo durante la alimentación local, otro que permanecía activo durante la exploración y un tercero que parpadeaba brevemente cuando el pez cambiaba de estado. Sorprendentemente, el hambre no pareció influir en los estados, que cambiaban automáticamente cada pocos minutos, al igual que nuestros propios estados de sueño-vigilia cambian automáticamente, pero en una escala de tiempo mucho más corta.

Los neurocientíficos que trabajan con organismos más complejos no pueden controlar todo el cerebro a la vez, pero han podido encontrar indicios de estados cerebrales internos con redes que están ampliamente distribuidas en el cerebro. En experimentos técnicamente desafiantes, en ratones, han registrado la actividad de miles de neuronas en todo el cerebro usando imágenes de calcio, y de cientos de neuronas usando un solo electrodo de Neuropixels, varios de los cuales pueden insertarse a la vez.

En un estudio reciente, el neurocientífico Karl Deisseroth de la Universidad de Stanford en California y su equipo utilizaron sondas Neuropixels para registrar la actividad de 24.000 neuronas en 34 regiones cerebrales corticales y subcorticales en ratones sedientos que lamían agua de un pico. Los científicos pudieron descubrir señales relacionadas con el estado de sed del cerebro a partir de señales relacionadas con el comportamiento de lamer. Descubrieron que estas neuronas de señalización de estado se activaban en todo el cerebro, no solo en el hipotálamo, donde se encuentran las neuronas dedicadas a la sed.

Usando estas extensas técnicas de grabación, los neurocientíficos están descubriendo que suceden muchas cosas debajo de la superficie cuando un animal realiza una tarea, y no todo parece relevante a primera vista. En artículos históricos recién publicados, grupos dirigidos por Kenneth Harris y otros,  en el University College London, demostraron que cuando un ratón se dedica a una tarea, las neuronas se activan en todo el cerebro, pero que una gran proporción de la activación no está correlacionada con la tarea en absoluto. Alguna actividad se correlacionó con los movimientos de los animales. Pero alrededor de dos tercios de la activación no coincidió con ningún movimiento o acción.


Cerebro activo


Muchos neurocientíficos dicen que el gran volumen de datos que surgen de los experimentos de todo el cerebro es también el mayor cuello de botella para la investigación. Pero se ha progresado en el desarrollo de técnicas para filtrar la avalancha de mediciones. Un enfoque popular es utilizar un método matemático llamado modelo de Markov oculto (hidden Markov model o HMM) para predecir la probabilidad de que un sistema cambie entre diferentes estados en un momento determinado.

Mala Murthy de la Universidad de Princeton, Nueva Jersey, y sus colegas utilizaron el HMM para descubrir ritmos en el cerebro de los machos de la mosca de la fruta que influyeron en su elección del patrón de canto al cortejar a las hembras. El hecho de que las moscas machos elijan momento a momento cantar en pulsos entrecortados o zumbidos más largos depende en gran parte, pero no totalmente, de cómo responden las hembras a ellos. El grupo de Murthy descubrió que tres estados cerebrales internos diferentes también afectaban a la elección del patrón de canto por el macho. Llamaron Close, Chasing y Whatever a estos estados cerebrales internos.

Independientemente de la complejidad del organismo modelo que hayan adoptado los investigadores individuales (gusano, pez, mosca o ratón), la cuestión de cómo todo el cerebro coordina los estados internos "es en lo que todos estamos centrando nuestros experimentos", según  Steve Flavell del  Instituto de Tecnología de Cambridge. En 2013, Flavell y sus colegas descubrieron que incluso el cerebro del gusano Caenorhabditis elegans, que tiene solo 302 neuronas, muestra propiedades de estados cerebrales internos que impulsan comportamientos particulares, incluidos dos conjuntos de neuronas persistentemente activas que controlan si el animal permanece quieto o se mueve a propósito. Desde entonces, su grupo ha identificado todos los circuitos involucrados en los dos estados y el cambio entre ellos.

Aparte de sus preguntas sobre la biología básica, los investigadores tienen en cuenta el beneficio clínico de comprender cómo se manifiesta un estado particular en el cerebro. Aquellos que estudian el dolor en modelos de roedores, por ejemplo, se basan en pruebas estándar, como observar cuando una rata levanta la pata de una superficie que quema. "Ese movimiento refleja los aspectos protectores del dolor, pero no la percepción real del dolor", según el neurólogo Clifford Woolf del Boston Children's Hospital en Massachusetts. Eso lo convierte en un modelo pobre para el dolor, argumenta, porque está a un paso de la sensación real. Este investigador ha lanzado un estudio  para intentar leer directamente las señales cerebrales que indican el estado interno de la percepción del dolor, una lectura potencialmente más oportuna y específica que la de esperar la respuesta del animal.

En este nuevo campo, incluso lo básico está por definir, según Li. "En esta etapa, todavía estamos tratando de comprender cuáles son las preguntas".



Basado en:

Marques, J. C., Li, M., Schaak, D., Robson, D. N. & Li, J. M. Nature 577, 239–243 (2020).
Jung, Y. et al. Neuron 105, 322–333 (2020).
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