Imagen: James Gallagher |
Publicado en The New York Times por MAIA SZALAVITZ, el 25 de junio del 2016
Traducido por: Ana Toral
Yo me chutaba heroína y cocaína mientras asistía a la
Universidad de Columbia en la década de los 80, a veces inyectándome varias
veces al día y dejándome cicatrices que aún son visibles. Seguí consumiendo,
incluso después de que fuera suspendida de la escuela, después de una
sobredosis e incluso después de que fuera arrestada por traficar, a pesar de
saber que mi adicción podría reducir mis probabilidades de permanecer fuera de
la cárcel.
Mis padres estaban devastados: No podían entender lo que
había sucedido a su "dotada" hija que siempre había sobresalido
académicamente. Siguieron esperando que esto parara de alguna manera, a pesar
de que cada vez que trataba de dejarlo, volvía a recaer en cuestión de meses.
Hay, a grandes rasgos, dos escuelas de pensamiento sobre la
adicción: según la primera, mi cerebro había sido químicamente
"secuestrado" por las drogas, dejándome sin ningún control sobre una
enfermedad crónica, progresiva. Según la segunda, simplemente yo era una
criminal egoísta, con poca consideración por los demás, tal como gran parte del
público todavía parece creer. (Cuando son nuestros propios seres queridos los que
se vuelven adictos, se tiende a favorecer la primera explicación. Cuando esto les pasa a
personas ajenas, estamos a favor de la segunda.)
Desde hace mucho tiempo necesitamos una nueva perspectiva,
en parte, porque nuestra comprensión de la neurociencia relativa a la adicción ha
cambiado y, en parte, porque muchos
tratamientos existentes, simplemente, no funcionan.
La adicción es de hecho un problema cerebral, pero no es una
patología degenerativa, como la enfermedad de Alzheimer o el cáncer, ni es
evidencia de una mente criminal. En cambio, es un trastorno del aprendizaje,
una diferencia en el cableado del cerebro que afecta la forma en que procesamos
la información acerca de la motivación, la recompensa y el castigo. Y como
sucede con muchos trastornos del aprendizaje, la conducta adictiva es moldeada
por influencias genéticas y ambientales en el transcurso del desarrollo.
Los científicos han documentado la conexión entre los procesos
de aprendizaje y la adicción, desde hace décadas. Ahora, a través de estudios
de investigación tanto en animales como mediante la obtención de imágenes
cerebrales en humanos, los neurocientíficos están empezando a conocer qué
regiones del cerebro están implicadas en la adicción y cómo lo están.
Los estudios muestran que la adicción altera las
interacciones entre las regiones del cerebro medio como el tegmento ventral y
el núcleo accumbens -que están involucrados con la motivación y el placer- y
partes de la corteza prefrontal que median en las decisiones y ayudan a
establecer prioridades. Actuando de forma concertada, estas redes determinan lo
que valoramos, con el fin de asegurar que alcanzamos objetivos biológicos
críticos: a saber, la supervivencia y la reproducción.
En esencia, la adicción se produce cuando estos sistemas
cerebrales se centran en los objetos equivocados: un comportamiento de drogadicción
o autodestructivo como la adicción al juego, en lugar de una nueva pareja
sexual o de un bebé. Una vez que eso ocurre, puede causar serios problemas.
Si, como yo, creció con un sistema nervioso hiper-reactivo
que constantemente le ha hecho sentirse abrumado, alienado o indigno de ser
amado, la búsqueda de una sustancia que alivia el estrés social, se convierte
en un escape bendito. Para mí, la heroína proporcionaba una sensación de
confort, de seguridad y de amor, que no podía conseguir de otras personas (el
agente clave de la adicción en estas regiones es el mismo para muchas
experiencias placenteras: la dopamina). Una vez que había experimentado el
alivio que me proporcionaba la heroína, me sentí como si yo no pudiera
sobrevivir sin ella.
La comprensión de la adicción desde esta perspectiva del
desarrollo neurológico ofrece una gran esperanza. En primer lugar, al igual que
otros trastornos del aprendizaje, por ejemplo, el trastorno de hiperactividad
por déficit de atención o la dislexia, la adicción no afecta a la inteligencia
general. En segundo lugar, este punto de vista sugiere que la adicción sesga la
elección - pero no elimina completamente el libre albedrío: después de todo,
nadie se inyecta drogas delante de la policía-. Esto significa que los adictos
pueden aprender a tomar decisiones para mejorar su salud, como utilizar
jeringas estériles, tal como hice yo. Las investigaciones muestran
mayoritariamente que este tipo de programas, no sólo reducen la incidencia del VIH,
sino que también ayudan a la recuperación.
La perspectiva del aprendizaje también explica por qué la
compulsión por el alcohol o las drogas puede ser tan fuerte y por qué las
personas con adicción continúan incluso cuando el daño es mucho mayor que el
placer que reciben, por lo que puede parecer
que están actuando de manera irracional:
Si usted cree que algo es esencial para su supervivencia, sus prioridades no
tendrá sentido para los demás.
El aprendizaje que dirige los impulsos, como el amor y la
reproducción, es bastante diferente del aprendizaje de hechos crudos. A
diferencia de la memorización de sietes y nueves, el aprendizaje emocional profundo
altera completamente la manera de determinar qué es lo más importante. Es por
ello que recordamos mucho mejor nuestro enamoramiento en la escuela, que las
matemáticas que aprendíamos al mismo tiempo.
El reconocer la adicción como un trastorno del aprendizaje,
también puede ayudar a poner fin a la discusión sobre si la adicción debe ser
tratada como una enfermedad progresiva, como sostienen los expertos, o como un
problema moral, una creencia que se refleja en nuestra continua criminalización
de ciertas drogas.
Por otra parte, si la adicción reside en las partes del
cerebro involucradas en el amor, entonces la recuperación es más como recuperarse
de una ruptura amorosa, que como enfrentarse a una enfermedad incurable. La curación
de un corazón roto es difícil y con frecuencia implica recaídas en el
comportamiento obsesivo, pero no es un daño cerebral.
Las implicaciones para el tratamiento aquí son profundas. Si
la adicción es como un amor equivocado, entonces la compasión es un enfoque
mucho mejor que el castigo. De hecho, un meta-análisis de docenas de estudios
de más de cuatro décadas realizado en 2007, encontró que el empoderamiento, los
tratamientos empáticos como la terapia cognitivo-conductual y la terapia de
estimulación motivacional, que nutren una disposición interna al cambio,
funcionan mucho mejor que el enfoque de rehabilitación más tradicional, de
hacerle frente con desesperanza y diciendo a los pacientes que son impotentes
ante su adicción.
Esto tiene sentido porque el circuito que normalmente nos
conecta socialmente entre nosotros se ha canalizado en la búsqueda de drogas.
Para volver a nuestro cerebro normal, entonces, necesitamos más amor, no más
dolor.
De hecho, los estudios no han encontrado evidencia a favor
de enfoques duros, punitivos, como las penas de cárcel, las formas humillantes
de tratamiento o las "intervenciones" tradicionales donde
las familias amenazan con abandonar al miembro adicto. El circuito cerebral de
las personas con adicciones ya se ha acostumbrado a las experiencias negativas; aumentar el
castigo no va a cambiar esto.
En línea con la idea de que el desarrollo es importante, la
investigación también muestra que la mitad de todas las adicciones - con la
excepción del tabaco – finalizan en torno a los 30 años, y la mayoría de las
personas con adicciones al alcohol o a otras drogas logran superarlas, en su
mayoría sin tratamiento. Dejé de tomar drogas cuando tenía 23. Siempre pensé
que yo lo había dejado porque por fin me había dado cuenta de que mi adicción
me estaba haciendo daño.
Pero es igualmente posible que lo dejara porque entonces me
había convertido biológicamente en capaz de hacerlo. Durante la adolescencia,
el motor que impulsa el deseo y la motivación se hace más fuerte. Pero, por
desgracia, sólo a partir de los veintitantos aumenta nuestra capacidad de
ejercer un mayor control. Esta es la razón por la cual la adolescencia es el periodo de mayor riesgo
para el desarrollo de la adicción, y la
simple maduración fue lo que me ayudó a salir de ella.
Por ahora, casi todo el tratamiento existente se basa en
grupos de 12 pasos, como Alcohólicos Anónimos, que ayudan sólo a una minoría de las personas adictas. Incluso
hoy en día, la mayoría de tratamientos disponibles en las clínicas de
rehabilitación consisten en la enseñanza de la oración, la rendición a un ser
superior, la confesión y la compensación prescrita por los pasos.
No tratamos ninguna otra condición médica con tanta moralina.
Las personas con otros trastornos del aprendizaje no son empujadas a
disculparse por su comportamiento en el pasado, ni lo son las afectadas por la
esquizofrenia o la depresión.
Una vez que entendamos que la adicción no es un pecado ni
una enfermedad progresiva, sino sólo un diferente cableado del cerebro, podremos
dejar de persistir en políticas que no funcionan, y empezar la enseñanza de la
recuperación.
Y de hecho, si el impulso compulsivo que sustenta la
adicción se dirige hacia canales más saludables, este tipo de cableado puede
ser un beneficio, no sólo una discapacidad. Después de todo, la persistencia a
pesar del rechazo, no sólo me condujo a la adicción, sino que también ha sido
indispensable para mi supervivencia como escritora. La capacidad de perseverar
es un activo: las personas con adicción sólo tiene que aprender a redirigirla.
Maia Szalavitz es la autora de "Cerebro Intacto: Una
nueva y revolucionaria forma de entender la adicción."
Artículo Original: http://www.nytimes.com/2016/06/26/opinion/sunday/can-you-get-over-an-addiction.html?smid=tw-share&_r=1
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