Los psiquiatras se enfrentan a una variedad vertiginosa de diagnósticos y no hay suficientes tratamientos eficaces. Necesitamos conocer la biología subyacente a los trastornos mentales para mejorar tanto su diagnóstico como sus posibles tratamientos.
En 2018, el psiquiatra Oleguer Plana-Ripoll se
planteaba un hecho desconcertante sobre los trastornos mentales. Sabía que
muchas personas tienen múltiples afecciones: ansiedad y depresión, o por
ejemplo, esquizofrenia y trastorno bipolar. Quería saber qué tan común era
tener más de un diagnóstico, por lo que consiguió el acceso a una base de datos
que contenía los detalles médicos de unos 5,9 millones de ciudadanos daneses.
Le sorprendió lo que encontró. Cada trastorno
mental predispone al paciente a cualquier otro trastorno mental, sin importar cuán
distintos sean los síntomas. Se sabía que la comorbilidad era importante, pero se
esperaba encontrar asociaciones tan
frecuentes.
El estudio aborda una pregunta fundamental que ha intrigado
a los investigadores durante más de un siglo. ¿Cuáles son las raíces de la
enfermedad mental?
Con la esperanza de encontrar una respuesta, los
científicos han acumulado una enorme cantidad de datos durante la última
década, a través de estudios de genes, actividad cerebral y neuroanatomía. Se
ha encontrado evidencia de que muchos de los mismos genes subyacen a trastornos
aparentemente distintos, como la esquizofrenia y el autismo, y que mucho de
estos desordenes estaría correlacionados con alteraciones en los sistemas de toma de decisiones del
cerebro.
Los investigadores también están repensando
drásticamente las teorías de cómo nuestro cerebro falla. La idea de que la
enfermedad mental pueda clasificarse en categorías distintas y discretas como
"ansiedad" o "psicosis" ha sido refutada en gran medida. En
cambio, los trastornos se entrecruzan entre sí y no hay líneas divisorias duras
entre ellos.
Ahora, los investigadores están tratando de
comprender la biología que subyace a esta variabilidad de los desórdenes
mentales.
Y tienen algunas teorías.
Tal vez hay
varias dimensiones de la enfermedad mental, por lo que, dependiendo de cómo una
persona se sitúe en cada dimensión, podría ser más propensa a algunos
trastornos antes que a otros.
Una idea alternativa y más radical es que hay un
factor único que hace que las personas sean propensas a las enfermedades
mentales en general: el trastorno que desarrollan se determina luego por otros
factores.
Ambas ideas se consideran seriamente, aunque el
concepto de múltiples dimensiones es más ámpliamente aceptado por los investigadores.
Los detalles aún son confusos, pero la mayoría de los
psiquiatras están de acuerdo en que una cosa está clara: el viejo sistema de
categorizar los trastornos mentales en cajas ordenadas no funciona. También
esperan que, a la larga, reemplazar este marco por uno basado en la biología
conduzca a nuevos medicamentos y tratamientos.
Los investigadores
tienen como objetivo revelar, por ejemplo, los genes clave, las regiones
cerebrales y los procesos neurológicos involucrados en la psicopatología, y tratarlos
con terapias adecuadas.
Una mezcla heterogénea de trastornos
El desafío más inmediato es descubrir cómo
diagnosticar a las personas. Desde la década de 1950, los psiquiatras han
utilizado un volumen exhaustivo llamado DMS-5 “Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales”, actualmente en su quinta edición. Enumera todos
los trastornos reconocidos, desde el autismo y el trastorno obsesivo compulsivo
hasta la depresión, la ansiedad y la esquizofrenia. Cada uno está definido por
los síntomas. La suposición inherente es que cada trastorno es distinto y surge
por diferentes razones.
Sin embargo, incluso antes de que se publicara el
DSM-5 en 2013, muchos investigadores argumentaron que este enfoque era
defectuoso. Parecía claro que los pacientes no habían tenido conocimiento del DSM y no se ajustaban a la descripción
proporcionada por esta clasificación.
Pocos pacientes se ajustan a cada conjunto ordenado
de criterios. En cambio, las personas a menudo tienen una mezcla de síntomas de
diferentes trastornos. Incluso si alguien tiene un diagnóstico bastante claro
de depresión, a menudo tiene síntomas de otro trastorno como la ansiedad.
Esto implica que la forma en que los médicos han
dividido los trastornos mentales es incorrecta. Los psiquiatras han tratado de
resolver esto dividiendo los trastornos en subtipos cada vez más finos. Pero el
problema persiste: los subtipos siguen siendo un pobre reflejo de los grupos de
síntomas que tienen muchos pacientes.
Finalmente, el principal financiador de ciencias de
la salud mental del mundo, el Instituto Nacional de Salud Mental de EE. UU., cambió
la forma en que financiaba la investigación. A partir de 2011, comenzó a exigir
más estudios sobre la base biológica de los trastornos, en lugar de sus
síntomas, en un programa llamado Criterios del Dominio de Investigación. Desde
entonces ha habido una explosión de investigación sobre las bases biológicas de
la psicopatología, con estudios centrados en la genética y la neuroanatomía,
entre otros campos. Pero si los investigadores esperaban desmitificar la
psicopatología, todavía tienen un largo camino por recorrer: el hallazgo clave
ha sido cuán compleja es realmente la psicopatología.
Grupos controvertidos
Clínicamente, la evidencia de que los síntomas se
comparten entre varios trastornos, o que las personas con frecuencia tienen más
de un trastorno, solo se ha fortalecido. Por esta razón, aunque los síntomas
individuales, como las alteraciones del estado de ánimo o las deficiencias en
el razonamiento, pueden diagnosticarse de manera confiable, es difícil asignar
a los pacientes un diagnóstico general como el "trastorno bipolar".
Incluso los trastornos aparentemente separados
están vinculados. En 2008, la genetista Angelica Ronald, entonces en el Instituto
de Psiquiatría del King's College London, y sus colegas, descubrieron que el
autismo y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) se
superponían. Los rasgos del autismo y el TDAH estaban fuertemente
correlacionados, y parcialmente bajo control genético.
Además, parece haber grupos de síntomas que cruzan
los límites de los trastornos. Un estudio de 2018 examinó a personas que habían
sido diagnosticadas con depresión mayor, trastorno de pánico o trastorno de
estrés postraumático (TEPT). Los voluntarios fueron evaluados en función de sus
síntomas, rendimiento cognitivo y actividad cerebral. Los investigadores
encontraron que los participantes se dividían en seis grupos, caracterizados
por estados de ánimo distintos, como "tensión" y
"melancolía". Los grupos atraviesan las tres categorías de
diagnóstico como si dichas categorías no existieran.
Muchos ahora están de acuerdo en que las categorías
de diagnóstico son incorrectas. La pregunta es, con la biología como guía,
¿cómo debería ser el diagnóstico y el tratamiento psiquiátrico?
Dimensiones múltiples
Un modelo destacado es que hay una serie de rasgos
neuropsicológicos o "dimensiones" que varían en cada persona. Cada
rasgo determina nuestra susceptibilidad a ciertos tipos de trastorno. Por
ejemplo, alguien puede ser propenso a trastornos del estado de ánimo como la
ansiedad, pero no a trastornos del pensamiento como la esquizofrenia.
Esto es similar a la forma en que los psicólogos
piensan sobre la personalidad. En un modelo bastante aceptado, cinco rasgos de
personalidad, como la conciencia y el neuroticismo, describen la mayor parte de
la variación en las personalidades humanas.
Algunos psiquiatras ya están tratando de transformar
su disciplina con las dimensiones como
estructura central. A principios de la
década de 2010, hubo un impulso para eliminar las categorías de trastornos del
DSM-5 a favor de un enfoque "dimensional" basado en síntomas
individuales. Sin embargo, este intento fracasó, en parte porque la
financiación de la atención médica y la atención al paciente se han
desarrollado en torno a las categorías del DSM. Sin embargo, otros catálogos de
trastornos se han ido desplazando hacia la dimensionalidad. En 2019, la
Asamblea Mundial de la Salud aprobó la última Clasificación Internacional de
Enfermedades (llamada CIE-11), en la que algunas psicopatologías se desglosaron
recientemente utilizando síntomas dimensionales en lugar de categorías.
El desafío para la hipótesis de la dimensionalidad
es obvio: ¿cuántas dimensiones hay y cuáles son?
Una teoría popular, respaldada por muchos estudios
durante la última década, argumenta a favor de solo dos dimensiones. El primero
incluye todos los trastornos de "internalización", como la depresión,
en los que los síntomas primarios afectan el estado interno de una persona.
Esto contrasta con los trastornos de "externalización", como la
hiperactividad y el comportamiento antisocial, en los que se ve afectada la
respuesta de una persona al mundo. Si alguien ha sido diagnosticado con dos o
más trastornos, los estudios sugieren que es probable que sean de la misma
categoría.
Pero los estudios que combinan el tratamiento de grandes
cantidades de datos de imágenes cerebrales con la Inteligencia Artificial han arrojado diferentes resultados, incluso en
estudios realizados por el mismo laboratorio. El año pasado, Satterthwaite y su
grupo publicaron un estudio de 1.141 jóvenes que tenían síntomas de
internalización y descubrieron que podían dividirse en dos grupos en función de
su estructura y función cerebral. En 2018, Satterthwaite dirigió un estudio
similar e identificó cuatro dimensiones, cada una asociada con un patrón
distinto de conectividad cerebral.
En última instancia, una versión futura del DSM
podría tener capítulos dedicados a cada dimensión. Estos podrían enumerar los
trastornos que se agrupan dentro de cada una, así como sus síntomas y cualquier
biomarcador derivado de la fisiología y la genética subyacentes. Dos personas
que tuvieran síntomas similares pero
diferentes conjuntos de mutaciones o alteraciones neuroanatómicas podrían ser
diagnosticadas y tratadas de manera diferente.
En los genes
Un pilar de este enfoque futuro es una mejor
comprensión de la genética de las enfermedades mentales. En la última década,
los estudios de genética psicopatológica se han vuelto lo suficientemente
grandes como para sacar conclusiones sólidas.
Los estudios revelan que ningún gen individual
contribuye de manera importante al riesgo de una psicopatología; en cambio,
cientos de genes tienen cada uno un pequeño efecto. Un estudio de 2009 encontró
que miles de variantes genéticas eran factores de riesgo para la esquizofrenia.
Muchos también se asociaron con el trastorno bipolar, lo que sugiere que
algunos genes contribuyen a ambos trastornos.
Esto no quiere decir que los mismos genes estén
involucrados en todos los trastornos cerebrales: ni mucho menos. Un equipo
dirigido por el genetista Benjamin Neale en el Hospital General de
Massachusetts en Boston y el psiquiatra Aiden Corvin en el Trinity College de
Dublín descubrió en 2018 que los trastornos neurológicos como la epilepsia y la
esclerosis múltiple son genéticamente distintos de los trastornos psiquiátricos
como la esquizofrenia y la depresión.
Mapa mental. Diagrama que muestra correlaciones entre trastornos.
Variantes genéticas similares parecen estar detrás de los desórdenes psiquiátricos.
En un estudio con 200.000 personas, la esquizofrenia se correlacionó significativamente
con la mayoría de los demás desordenes.
Sin embargo, algunos desordenes como el PTSD o desorden de estrés post-traumático
mostraron una correlación muy pequeña con los otros desordenes.
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Todos estos estudios analizaron variantes comunes,
que son las más fáciles de detectar. Algunos estudios recientes se centraron en
cambio en variantes extremadamente raras, que sugieren diferencias genéticas
entre los trastornos. Un estudio con más de 12,000 personas encontró que las
personas con esquizofrenia tenían una tasa inusualmente alta de mutaciones
ultra raras, y que a menudo eran exclusivas de cada individuo.
El resultado es un caos desde el punto de vista
científico. Es difícil predecir qué factores de riesgo afectan a las distintas condiciones.
Algunos de ellos son ampliamente compartidos en la psicopatología, mientras que
otros son un poco más específicos para una o varias formas de psicopatología.
El factor P
Algunos psiquiatras han presentado una hipótesis
radical que esperan les permita dar sentido al caos. Si los trastornos
comparten síntomas o coexisten, y si muchos genes están implicados en múltiples
trastornos, entonces quizás haya un solo factor que predisponga a las personas
a la psicopatología.
La idea fue propuesta por primera vez en 2012 por
el especialista en salud pública Benjamin Lahey de la Universidad de Chicago en
Illinois. Lahey y sus colegas estudiaron los síntomas en 11 trastornos.
Utilizaron estadísticas para examinar si el patrón podría explicarse mejor por
tres dimensiones distintas, o por esas tres junto con una predisposición
"general". El modelo funcionaba mejor si se incluía el factor
general.
Al año siguiente, la hipótesis recibió más apoyo, y
un nombre llamativo, de los psicólogos Avshalom Caspi y Terrie Moffitt en la
Universidad de Duke en Durham, Carolina del Norte. Utilizaron datos de un
estudio a largo plazo de 1.037 personas y descubrieron que la mayor parte de la
variación en los síntomas podría explicarse por un solo factor. Caspi y Moffitt
llamaron a esto el "factor P". Desde 2013, múltiples estudios han
replicado su hallazgo principal.
Caspi y Moffitt tenían claro que el factor P no
podía explicar todo, y no hicieron conjeturas sobre su biología subyacente,
especulando solo que un conjunto de genes podría mediarlo. Otros han propuesto
que el factor P es una predisposición general a la psicopatología, pero que
otros factores (experiencias estresantes u otras alteraciones genéticas)
empujan a una persona hacia diferentes síntomas. Pero si es real, tiene una
implicación sorprendente: podría haber un único objetivo terapéutico para los
trastornos psiquiátricos.
Ya hay indicios de que los tratamientos
generalizados podrían funcionar tan bien como las terapias dirigidas. Un
estudio de 2017 asignó al azar a personas con trastornos de ansiedad, como
trastorno de pánico o trastorno obsesivo compulsivo, a recibir una terapia para
su trastorno específico o un enfoque generalizado. Ambas terapias funcionaron
igualmente bien.
Encontrar una base fisiológica para el factor P
sería el primer paso hacia las terapias basadas en él, pero los investigadores acaban
de empezar a trabajar con los datos genéticos y neuroanatómicos. Un estudio de
la genética de la psicopatología en una población del Reino Unido identificó un
"factor P genético", un conjunto de genes en el que había variaciones
que contribuían al riesgo de psicopatología.
Mientras tanto, otros grupos están investigando un cambio neuroanatómico que ocurre en
múltiples psicopatologías. Los resultados son intrigantes, aunque
contradictorios.
Una clave para dar sentido a esto podría ser
centrarse en la función ejecutiva del cerebro: la capacidad de regular el
comportamiento planificando, de activación y de inhibición, que se encuentra en
muchas regiones del cerebro. Los investigadores Romer y Satterthwaite han
encontrado de forma independiente interrupciones en la función ejecutiva en una
variedad de psicopatologías, sospechando que estas interrupciones podrían ser
la base del factor P.
La mayoría de los científicos están de acuerdo en
que lo que se necesita son más datos, y muchos no están convencidos por
explicaciones tan simples. Al menos en el nivel genético, hay muchos
trastornos, como el TEPT y el trastorno de ansiedad generalizada, que siguen
siendo poco conocidos.
Todas estas hipótesis radicales probablemente son
prematuras. Quizá todavía estemos en la fase de necesitar mucha más investigación empírica en lugar de
una gran teorización.
Basado en: Nature 581,
19-21 (2020) doi: 10.1038/d41586-020-00922-8
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